«Con sus manos encerradas en las mías me sentía más tranquilo. Sin soltárselas, continué explicándome con locuacidad, y dándole mil veces la razón le aseguré que todo debía empezar entre nosotros, y esta vez de mejor manera. Que sólo mi natural y estúpida timidez se encontraba en el origen de tan fantástica equivocación. Que mi conducta, cierto, podía haber sido interpretada como un inconcebible desdén por el grupo de pasajeros y de pasajeras, «héroes y encantadoras mezclados… providencial reunión de grandes caracterres y talentos… ¡Sin olvidar a las damas, los adornos de a bordo, incomparables artistas en el ramo musical!…». Todo y entonando copiosamente mi mea culpa, solicité, para concluir, que se me admitiera sin demora y sin restricción alguna en el seno del alegre grupo patriota y fraternal… En donde, a partir de aquel momento y para siempre, deseaba ser amable compañía… Sin soltarle las manos, bien entendido, redoblé mi elocuencia.
En tanto el militar no mata, es un niño. Se le divierte fácilmente. Como no tiene la costumbre de pensar, en cuanto le hablas se ve obligado a tratar de comprenderte, se decide a esfuerzos abrumadores. El capitán frémizon no me mataba, tampoco estaba bebiendo, nada hacía con sus manos, ni con sus pies; trataba sólo de pensar. Era enormemente demasiado para él. En el fondo le tenía agarrado por la cabeza.»
Viaje al fin de la noche (1932)
Louis Ferdinand Céline
Céline me recuerda a Michel Houellebecq. Bueno, esto no es exacto del todo. Realmente, fue Houellebecq quien me llevó a Céline. Vamos, que mientras leía Las partículas elementales, un glorioso libro del que un día hablaré aquí, apareció el nombre de Céline y me quedé con él.
En un momento especialmente escabroso del mencionado Las partículas elementales, un editor de periódico dice algo así -no es textual, rehago la cita en base al sentido que recuerdo-: «Los tiempos han cambiado, ahora tenemos que ser políticamente correctos. Esto no es como cuando escribía Céline». Resumo el capítulo -todavía sigo con Las partículas elementales-: el protagonista de la novela es un escritor de columnas de opinión bastante agresivas, que se publican periódicamente en un magazin. Un día escribe una en la que se pasa de la raya, pues mezcla aspectos sexuales, de raza y de religión que chocan con lo admitido como correcto por la sociedad. La respuesta del editor a su columna es la que he citado anteriormente. Supongo que no hace falta decir que ese virulento artículo que es vetado en la ficción, y que aparece extractado en la novela, constituye una de las grandes reflexiones de Las partículas elementales.
Es imposible escribir opiniones fundamentadas y novedosas si uno no se deshace de las barreras que nos impone lo políticamente correcto. Por ejemplo, ¿qué se puede decir sobre la forma de actuar de unos militares en un barco? ¿Echamos a los leones a Céline, o mejor a su personaje Bardamu, por opinar exactamente lo que está escribiendo? Suerte que corría 1932. En el siglo XXI tendríamos que haber glosado la valentía de estos soldados, su servicio a la sociedad y la defensa de los más necesitados. Y después, si somos valientes, algún discreto matiz que deberíamos aclarar como de escasa importancia. Y punto.
Cansa el más de lo mismo, conocer previamente lo que se va a opinar sobre cualquier tema, la seguridad que dan los argumentos comprendidos por todos. Al final, las conversaciones se convierten en algo parecido a entrevistas con futbolistas: todo falsa humildad, discursos aprendidos, declaraciones de intenciones vacías de contenido y respuestas esquivas a las cuestiones espinosas. Es imposible diferenciar a un delantero de un portero, o a un jugador del Madrid o del Barcelona -bueno, salvo en el caso de Eto’o, del que soy fan- Cansa, también, saber que en el momento en que se escriba de otra manera o se tense un poquito la cuerda, habrá reaciones virulentas -caso Eto’o, del que soy fan-.
Otro que puede dar fe de esta realidad humana es José A. Pérez, un comentarista de la actualidad algo irreverente -su blog, Mi mesa cojea, es uno de los que sigo con más alegría-, que ha sido en muchas ocasiones objeto de la ira de esos que se indignan con facilidad, de los guardianes de los tabús. Su último post se titula Ira social, y es un claro ejemplo de lo que acabo de comentar.
Más extractos de Viaje al fin de la noche en:
Parte I – Sobre la guerra
Parte II – Sobre los jefes
Parte III – Sobre la corrección política
Parte IV – Sobre la botánica
Parte V – Sobre Nueva York