«Como sorpresa, fue morrocotuda. Era tan extraordinario lo que de pronto descubrimos a través de la bruma, que nos negamos a creerlo y luego, sin embargo, cuando nos encaramos con la realidad, por muy galeotes que fuésemos, nos echamos a reír al ver lo que se alzaba ante nosotros…
Imagínate que estaba en pie la ciudad, absolutamente erecta. Nueva York es una ciudad erecta. Habíamos visto muchas ciudades, nosotros, y muy hermosas, y puertos incluso muy renombrados. Pero en Francia, la verdad, las ciudades están echadas a la orilla del mar o a lo largo de los ríos, se estiran sobre el paisaje, esperan al viajero, mientras que aquella, la americana, no se desmayaba, no, se mantenía muy tiesa, que si quieres, nada amorosa, tiesa como para darte miedo.»
Louis Ferdinand Céline
Hace ya más de un año que volví de Nueva York.
Fue uno de mis momentos vitales. Supongo que todo el mundo tiene de esos, pequeños o grandes surcos en la memoria donde todo lo demás se agolpa revuelto a su alrededor. Pues los míos coinciden siempre con los viajes.
De pequeño yo tenía un poster del skyline de Nueva York en la habitación. Fue el primer elemento decorativo que elegí en mi vida. También leía libros, muchos y de forma bastante errática, casi con afán de acumulación; pero lo que con más atención hacía era mirar mapas. Tanto que en el plano teórico puedo asegurar que me sé el mundo de memoria. Friki que he salido.
Fui en autobús a Amsterdam -sí, autobús Pamplona-Amsterdam, ¿a que duele?- con sólo 16 años. A las horas, en un momento dado, me di cuenta de que cada kilómetro que avanzaba por la carretera suponía un kilómetro más lejos de casa de lo que nunca antes había estado. Era como si estuviera estirando una goma para darle holgura: mi radio de acción sobre el centro pamplonés se ampliaba. Y yo, sorprendentemente, me sentía más fuerte.
Luego vi Europa. Y luego crucé el océano. Y cada vez me sentía más fuerte. Viajes y viajes que son como postes en mi memoria, esos agarraderos mediante los cuales organizo mi mundo. Pero se me resistía Nueva York.
Por fin, el año pasado, me lié la manta a la cabeza, cogí un avión, una cama en un hostel en Harlem, y salté al vacío. Así conocí Nueva York y sobreviví a ella.
Poco después comencé a escribir un blog que acaba de cumplir un año.
Pronto, espero, podré enseñar el diario que escribí desde la capital del mundo.
Parte I – Sobre la guerra
Parte II – Sobre los jefes
Parte III – Sobre la corrección política
Parte IV – Sobre la botánica
Parte V – Sobre Nueva York