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Baricco – Una dulce presentación

«Hervé Joncour vio aparecer aquella mancha pálida en los límites de su campo visual, la vio rozar la taza de té de Hara Kei y después, absurdamente, continuar deslizándose hasta asir sin titubeos la otra taza, que era inexorablemente la taza en que él había bebido, alzarla ligeramente y llevarla hacia ella. Hara Kei no había dejado ni un instante de mirar inexpresivamente los labios de Hervé Joncour.

La muchacha levantó ligeramente la cabeza.

Por primera vez apartó los ojos de Hervé Joncour y los posó sobre la taza.

Lentamente, le dio la vuelta hasta tener sobre los labios el punto exacto en el que él había bebido.

Entrecerrando los ojos, bebió un sorbo de té.

Alejó la taza de los labios.

La deslizó hasta el lugar donde la había cogido.

Hizo desaparecer la mano bajo el vestido.

Volvió a apoyar la cabeza en el regazo de Hara Kei.

Los ojos abiertos, fijos en los de Hervé Joncour.»

Seda
Alessandro Baricco

Tengo que confesar, aún a riesgo de quedar como un cursi, que esta escena me llegó a conmover. Y ya está.

Porque, por lo demás, Seda es una fábula que suena a engordada a pesar de su brevedad. Y eso que Alessandro Baricco trata de mantener la atención del lector mediante el recurso a los ritmos orientales, esos tan pausados en los que se reconocen tanto los estribillos como las codas. Pero ni el ritmo es suficiente -los viajes de ida y vuelta desde Francia hasta el extremo oriente, que ocupan un amplio porcentaje de páginas, no son en absoluto lúdicos; sino repetitivos e insustanciales- ni consigue mantener la atención -no hay evolución de trama, ni de personaje; solo monotonía-. Aunque, bueno, otra opción es que yo no entienda la cadencia japonesa de la que tanto se habla, esa en la que las ideas son mecidas lentamente.

Tanto aburrimiento hace que lleguemos con ansia al final: el único haber de esta historia. La trama da un giro que rompe la expectativa y consigue dejar un regusto agradable sobre el libro. Pero luego, desde la distancia, pienso que quizás ese final habría podido justificar un buen relato. Y que, por la intención tan evidente de querer estirar una buena idea hasta más allá de sus límites, se ha estropeado el interés.

Solo se me ocurre una razón para recomendar seda: es muy breve. Como decía, aún y todo suena a que la han engordado al máximo, pero se lee en una tarde. Por ejemplo, en pleno invierno, mejor si estamos con resaca y no tenemos nada mejor que hacer. Se pasa un rato entretenido entre sueño y sueño y, luego, a otra cosa.