Archivo mensual: enero 2009

La crisis


Sé que en un blog sobre literatura debería hablarse de literatura. Pero llega un momento en que uno no puede aguantar más y se pone de mala leche.

Además, ¿quién fue el que dijo que la literatura tenía que estar al margen de la realidad?

Me refiero, cómo no, a la crisis. Hoy no tengo ganas de reflexionar sobre libros ni otras vidas, sino de describir unas cuantas historias reales que tienen chicha como para dar lugar a relatos de miedo, policíacos o burlescos del S. XVII. Quién fuera Don DeLillo para plasmar todo esto en una novela. O Quevedo para hacerlo en una sátira.

A lo que íbamos.

Historia 1. Fernando Martín, aquel ex presidente del Real Madrid con una constructora tipo bluf llamada Martinsa, acaba de declararse insolvente. Con dos cojones. Tiene 243 millones de euros en yo qué sé dónde, pero el pobre es insolvente. ¿No os dan ganas de echarle un euro? La crisis. http://www.cotizalia.com/cache/2009/01/29/noticias_13_fernando_martin_declaro_insolvente_atesora.html

Historia 2. Los empleados de Wall Street cobraron 18.400 millones de dólares en concepto de bonus por el ejercicio 2007. Esto son 14.100 millones de euros. La media ha sido de 112.000 euros de paga extra -porque su sueldo no se lo ha tocado nadie- el mismo año en que se ha demostrado que su brillante gestión está mandando al paro a millones de personas en todo el mundo. La crisis. http://www.europapress.es/internacional/noticia-obama-indignado-bonus-wall-street-20090130000805.html

Historia 3. Aparecen nuevos modos de despedir a gente. Esta vez han puesto unos seguratas en la puerta de la empresa para que no puedan entrar los empleados. Bueno, sí, de dos en dos y para recoger la carta de despido. No tenían ni idea. Lo siguiente será dejarles entrar y gasearlos directamente. La crisis. http://www.nortecastilla.es/20090129/local/valladolid/sitel-despide-empleados-boecillo-200901291208.html

Historia 4. Los resultados en la banca de nuestro país aumentaron un 30,7 % en 2007 respecto al año anterior. Justo el año en que pidieron por favor que el gobierno les diera NUESTRO dinero. Lo hizo, claro, como todos sabemos. Pero luego se indignaron porque el gobierno quería poner condiciones: «Decirnos a nosotros estos políticos qué hacer con nuestro dinero, serán desvergonzados. Primero que nos lo den, y luego que se callen, que para algo somos los bancos». Y se lo dio, claro, como todos sabemos. La crisis. http://www.cotizalia.com/cache/2009/01/30/noticias_72_banca_espana_pierde.html

Seguiría con mil noticias más, pero no me he comprado todavía la ametralladora para acabar con todos los que hablan de crisis para echar a gente, chupar la pasta de esa gente a la que echan, cobrar sus bonus y encima poner ellos las condiciones.

Hasta ese momento, intentaré pensar en cosas bonitas que me tranquilicen: bancos incendiados, empresas bombardeadas, ejecutivos de Wall Street o la bolsa de Madrid ahorcados en sus propias corbatas…

Leticia Sigarrostegui – En femenino

«- Fátima, imagínate que tienes un hermano y que ha muerto. Si la gente te pregunta si tienes hermanos, ¿les dirías que eres hija única?

No puedo mirarla a los ojos porque me pican. Me da mucha vergüenza llorar delante de la gente. Incluso delante de ella.

– Claro que no. Tú siempre tendrás un hermano. Hasta el día que te mueras.

Sabe que hablo de Álvaro y de mí. Pero no lo dice como otros. Es mi hermano.

– ¿Cómo es ser hijo único?

Me mira y se ríe.

– ¿Cómo es no serlo?»

Álvaro fue (2005)
Leticia Sigarrostegui
Ed. Lengua de Trapo
Pág. 380
Álvaro fue es una novela sobre neurosis femeninas.

¿Cómo se escribe el silencio?- me pregunto. Porque, claro, cuando a uno le sale una frase como la que acabo de escribir los lectores necesitan un tiempo en silencio para reflexionarla.

Mientras me admiro sobre mi sagacidad, se me ocurre pensar en un concepto: críticos literarios pretenciosos. Qué pobre intento de profundidad de análisis. De esas de reseñista de los baratos.

Crítico literario de los baratos – ya lo he pillado, el quid de la novela, gracias a mi afilada intuición y sentido crítico: Álvaro fue es una novela sobre neurosis femeninas.
Lector barato de crítico literario de los baratos – vaya, otra novela sobre neurosis femeninas.
Lector inteligente de crítico literario de los baratos – vale, otra novela sobre neurosis femeninas, ¿alguna razón para que me la lea?
Buen crítico literario – mierda, no me he leído la novela -como siempre-, tengo que escribir mi reseña semanal sobre este libro y en google sólo encuentro a este tonto del culo -Zeberio- que se cree Ferlosio.”

Bueno, a Álvaro fue.

Se agradece cómo ha pillado la autora las voces. La madre, la novia y la hermana de Álvaro se reconocen al instante aunque no se les mencione, tan solo por la manera en que hablan desde el papel.

Y no se agradece el excesivo metraje de la historia. Álvaro fue tiene casi 400 páginas para una historia que podría haberse contado en 150. Es como si intentamos rodar Lo que el viento se llevó con el argumento de un capítulo de La familia Mata. Claro que aquí cualquiera me podrá decir que también James Joyce escribió 3.000 páginas porque su madre no le dio un beso una mañana.

Por cierto, magnífica la edición y encuadernación de Lengua de Trapo. Hacen los libros más cómodos de leer que conozco, tanto en cuanto a su presentación como su limpieza. Si un día escribo un libro, quiero que me lo editen ellos.

Me ha salido una reseña plagada de digresiones. Es que, realmente, no se me ocurrían muchas cosas que decir del libro. Será que no entiendo mucho de neurosis femeninas. Ni de neurosis ni de nada femenino, pero esta es otra historia que no nos interesa.

La pregunta es: ¿Por qué, entonces, pongo esta entrada en el blog? Bueno, el diálogo es entrañable, ¿o no?

Ya.

Sobre las mentiras del 11-M

Ricardo Menéndez Salmón

Foto: Iban Aguinaga
El corrector, el libro con el que Ricardo Menéndez Salmón cierra su trilogía sobre el mal, tratará sobre los atentados del 11-M en Madrid y sale a la venta el 17 de febrero. El lunes estuvo de visita en la Universidad Pública de Navarra, el autor, y desveló algunas líneas del libro que da la impresión de que van a ayudar a revivir polémicas hoy enterradas.

No espero, de todas maneras, un acercamiento histórico a la cuestión. Sería desconocer la trayectoria del autor. Espero, más bien, finas reflexiones sobre algunos aspectos de aquellos atentados que, como agujas de acupuntor, nos hagan sentir rabia, asco, miedo, odio… nos hagan sentir, a secas, habilidad que Menéndez Salmón se empeña en compartir libro tras libro.

Como adelanto, acerco unas perlas que nos soltó en la charla.

Sobre El corrector:

1.- “Trata sobre una de las formas en que se presenta el mal: la mentira.” O sea, que va a tratar sobre las mentiras de un gobierno que, con el sucio fin de aferrarse al poder, pretendió sumir al país en un pozo informativo distinto de lo que la realidad impuso finalmente. “Pretendo hablar sobre otro tipo de mal, el mal de la manipulación política”, extendió.

2.- “El corrector es una novela intimista con ciertos momentos de autobiografía”. Menéndez Salmón se ganaba la vida como corrector de textos. “De todo tipo”, explicó con cierta ironía sobre los textos que corregía. Por eso lo del título, El corrector, y de ahí el inicio de la novela: cómo él vivió aquel día imborrable en la historia del país. “Contará, en cierta manera, cómo viví yo aquellos en mi oficina”.

3.- “No pretende ser la gran novela sobre el 11-M en España, no tiene nada que ver con El hombre del salto, de Don DeLillo”, aclaró, por si algunos pensaban que Menéndez Salmón transmutaría su estilo, dejaría de lado el simbolismo y la fantasía y se convertiría en un biógrafo social.

En La ofensa habló sobre la guerra, en Derrumbe sobre el miedo y en El corrector lo hará sobre la mentira. Tres de las manifestaciones del mal, según el autor de la saga. Yo espero con ansia el tercero para ver si cumple con lo que se espera de él.

Ricardo Menéndez Salmón no tiene pelos en la lengua, le gusta meter el dedo en la llaga y hurgar hasta tocar hueso. O hasta que le devuelvan el puñetazo. De momento, cuenta con la ventaja de que la cultura literaria en España es más bien discreta, y se circunscribe a ciertos best-sellers políticamente intachables. De esta manera escribir puede hacer el mismo daño que enviar un mensaje en una botella al océano.

Pero Menéndez Salmón ya no es un desconocido, un autor novel. La próxima será su sexta novela, más dos libros de relatos y unos cuarenta premios literarios en su haber. Ahora la botella es más fácil que encuentre su destino y el mensaje llega adonde no se quiera oír. Y será polémico. Y saltarán las huestes de la mentira y la manipulación a por él.

Por lo menos eso espero, que salten, que le den toda la publicidad que merece su habilidad literaria.

Algunas otros temas de los que habló.

Literatura

– Sobre calidad en la literatura. “Pretendo escribir buenos libros”
– Ciencia ficción. “Casi todos los autores actuales escriben novelas de corte cercano al realismo”. Es muy difícil, según Menéndez Salmón escribir ahora novelas de ciencia ficción. Los avances llegan demasiado rápido a la realidad y es imposible plantearse realidades futuras, como hizo en su día Julio Verne, porque antes de terminar el libro ya están presentes en la realidad.
– Fantasía. “Como decía David Lynch, «el mundo es un lugar muy extraño». Me fascinan, por ejemplo, las cintas de transporte en los aeropuertos. También las plantas de plástico, ¿existe algo más contradictorio que una planta de plástico?”
– Temáticas: “Se ha escrito poco sobre ETA, por ejemplo -hablo de ficción-; y tenemos toneladas de papel escritas sobre la guerra civil que ocurrió hace setenta años”.
– Una pequeña lección: “La escritura es un proceso de entorpecimiento de la idea: la puedes tener muy clara en la cabeza, pero al papel siempre llega de otra manera”
– Algunos autores mencionados: Don DeLillo, Philip Roth, Julio Verne, Fernando Aramburu, Michel Houellebecq, Stendhal, Jorge Luis Borges, William Faulkner.

Filosofía actual

– “El progreso tecnológico no ha redundado en un progreso de la felicidad”
– “¿Por qué trabajamos tantas horas? Los bantú, por ejemplo, trabajan durante cuatro horas y tienen el resto para su vida personal”
– “El mundo actual es muy plástico y está en ebullición, es muy difícil contarlo teniendo en cuenta una sola historia”.

Geopolítica

– “Occidente ha creado una gran despensa de dolor en todo el mundo durante siglos, es lógico que se rebelen los aplastados.”
– “El imperio romano no cayó en un día, ocurrió de manera gradual y porque se agotó en sí mismo”, y continuó, al hilo: “Estamos viviendo un proceso de crisis en las formas de convivencia actuales”.
– “La peor idea que ha instalado occidente es que la historia había terminado, que habíamos llegado al modelo perfecto”. La democracia y el mercado, se refiere. Pero la historia no ha terminado, como demostraron aquellos locos que “irrumpieron en nuestra fortaleza a lomos de unos jinetes muy raros que destrozaron uno de los símbolos de nuestro poder”.
– “Sólo somos democráticos hacia adentro”. Aquí cierra la dicusión y volvemos al primer punto sobre geopolítica: “Occidente ha acumulado mucho dolor que al final se ha dado la vuelta”.

Su charla podría dar para una tesis, pero hay que intentar abreviar. Yo creo que no lo he conseguido.

Hoy nos visita…

Ricardo Menéndez Salmón

Por si alguien no sabe quién es, pongo enlace a su página en la wikipedia.

De momento sólo me he leído dos de sus novelas, La ofensa y Derrumbe. La segunda es la que me llevó a empezar este blog, un camino todavía en busca de amigos y sentido, pero con toda la energía por gastar.

La primera, una obra maestra en tres actos que recomiendo a todo el amigo de las letras que pesan, esas que llevan detrás conceptos atrevidos y horas de estudio.

En cuanto me reponga de su visita daré cuenta de todo lo que nos ha contado…

Tim O’Brien – Sobre la verdad en literatura

Puedes reconocer una auténtica historia de guerra por las preguntas que haces. Alguien cuenta una historia, digamos, y cuando termina preguntas: ¿Es auténtica?, y si la respuesta es importante, ya tienes tu respuesta. Por ejemplo, todos hemos oído ésta: Cuatro soldados van por un sendero. Aparece una granada volando. Uno de ellos se lanza sobre la granada y «absorbe» la explosión, y salva a sus tres compañeros.

¿Es auténtica?

La respuesta es importante.

Te sentirías engañado si nunca hubiese ocurrido. Sin la base de la realidad, no es más que mera propaganda, Hollywood puro, falsa en el sentido de que todas las historias son falsas. Sin embargo, aun cuando hubiese ocurrido -y tal vez ocurrió, todo es posible-, incluso entonces sabes que no puede ser auténtica, porque una auténtica historia de guerra no depende de ese tipo de verdad. Que haya ocurrido punto por punto es irrelevante. Una cosa puede ocurrir y ser pura mentira, o puede no ocurrir y ser más verdadera que la verdad. Por ejemplo: Cuatro hombres van por un sendero. Aparece una granada volando. Uno de ellos salta sobre la granada y «absorbe» la explosión, pero es una granada muy potente y todos mueren. Antes de morir, sin embargo, uno de los soldados dice: «¿Por qué lo hiciste?», y el que saltó dice: «Es la historia de mi vida, hombre», y el otro trata de sonreír, pero está muerto.

Esa es una historia auténtica que nunca ocurrió.

Las cosas que llevaban los hombres que lucharon
Tim O’Brien

Según Tim O’Brien, la franja entre la verdad y la propaganda no depende de lo fiel que la historia es a la realidad, sino por la necesidad que la propia narración tiene de estar apoyada por esta. Las historias de guerra no son limpias y evidentes, ni permiten extraer lecciones morales. Las historias de guerra de pérdidas, o de suciedad, son verdad por sí mismas. No hace falta que la realidad las corrobore. Por eso, cuando se lee Las cosas que llevaban los hombres que lucharon -pensabais que era Stieg Larsson el inventor de los títulos largos, ¿eh?-, uno nunca se pregunta si la historia que se relata fue real o no. No es importante saberlo.

Trata sobre la guerra de Vietnam. Sí, esa que hemos visto infinitas veces en películas. Esa. En principio pensé: vaya coñazo, un libro sobre la guerra de Vietnam. Pero no, no sólo no se hace coñazo sino que se ha convertido en un auténtico descubrimiento. O’Brien engancha al lector con actos de personas que sobreviven a un miedo permanente, uno que no se marcha cuando termina la película. En ese lugar nadie está a salvo. Ni de día ni de noche. Y es en ese opresivo ambiente donde tienen lugar las historias que relata O’Brien, todas sin duda verdaderas. Sin moralejas. Además, Las cosas que... incluye el fragmento que cito arriba, y que para mí ha supuesto una inesperada lección de narrativa.

Como todavía no he completado ninguna entrada en el blog con dos fragmentos de novela, y siempre tiene que haber una primera vez, añado otro capítulo de lectura fácil. El libro entero está compuesto por píldoras pequeñas de historias lanzadas a bocajarro, sin azúcar ni juicios.

Es de agradecer que sea así.

Una mañana de fines de julio, mientras patrullábamos por los alrededores de la pista de aterrizaje Caimán, Lee Strunk y Dave Jensen empezaron a pelearse a puñetazos. Era por algo estúpido -la desaparición de una navaja-, pero aun así luchaban con ferocidad. Durante cierto tiempo hubo un toma y daca, pero Dave Jensen era mucho más corpulento y más fuerte, y pronto pasó un brazo alrededor del cuello de Strunk y le obligó a doblegarse sin parar de golpearle en la nariz. Le pegaba fuerte. Y no se detuvo. La nariz de Strunk emitió un brusco chasquido seco, como un cohete, pero incluso entonces Jensen siguió golpeándole, una y otra vez, con rápidos puñetazos rígidos y certeros. Tuvimos que ser tres los que los separaran. Cuando terminó, tuvieron que trasladar a Strunk en helicóptero a la retaguardia, donde le arreglaron la nariz, y dos días después se reunió con nosotros llevando una férula y montones de gasa.

En otras circunstancias, aquello podría haber terminado allí. Pero estábamos en Vietnam, donde los hombres llevaban armas, y Dave Jensen empezó a preocuparse. Pero el problema estaba sólo en su cabeza. No hubo amenazas, ni promesas de venganza, sólo una tensión silenciosa entre ellos que hacía que Jensen tomara precauciones especiales. Cuando iba de patrulla tenía el cuidado de fijarse bien por dónde andaba Strunk. Cavaba su pozo de tirador en el extremo más alejado del recinto defensivo; mantenía la espalda cubierta; evitaba situaciones que pudieran dejarlos a los dos a solas. Poco a poco, después de una semana así, la tirantez empezó a crear problemas. Jensen no podía relajarse. Era como combatir en dos guerras distintas, decía. No había terreno seguro: enemigos en todas partes. Ni frente ni retaguardia. Por la noche le costaba dormir porque sentía temor; siempre estaba en guardia: oía ruidos extraños en la oscuridad, imaginaba que una granada rodaba dentro de su pozo de tirador o que la punta de un cuchillo le hacía cosquillas en la oreja. La distinción entre buenos y malos desapareció para él. Incluso en momentos de seguridad relativa, mientras los demás nos lo tomábamos con calma, Jensen se quedaba sentado con la espalda contra un muro de piedra y el arma cruzada sobre las rodillas, vigilando a Lee Strunk con ojos rápidos, nerviosos. Por último llegó al punto en que perdió el control. Algo debió de reventar. Una tarde empezó a disparar su arma al aire, aullando el nombre de Strunk, y siguió disparando y aullando hasta que vació el cargador. Estábamos todos pegados al suelo. Nadie tenía el valor de acercarse a él. Jensen empezó a recargar, pero entonces, de pronto, se dejó caer sentado y se agarró la cabeza con las manos y no se movió. Durante dos o tres horas que quedó, sencillamente, sentado.

Pero eso no fue lo más extraño.

Porque más tarde, esa misma noche, pidió prestada una pistola, la cogió por el cañón y la usó como martillo para romperse la nariz.

Después cruzó la posición hasta el pozo de tirador de Lee Strunk. Le mostró lo que se había hecho y le preguntó si estaban en paz.

Strunk asintió y dijo que estaban en paz.

Pero por la mañana Lee Strunk no paraba de reírse.

-¡Ese tío está loco! -decía-. ¡Yo le robé la jodida navaja!

Ray Loriga – Cosas que le pasan a uno

En una cafetería francesa, en lo que sería el centro de Tucson si Tucson tuviera centro, una mujer afroamericana de unos treinta me pregunta si quiero hacérmelo con ella. La cafetería no es francesa en esencia, quiero decir que no hay nada francés aparte del nombre de algunos platos en la carta y un neón de la torre Eiffel en el exterior. Nos tomamos una cerveza antes de salir. Alrededor de la cafetería hay un enorme campo de golf lleno de ancianos y un ejército de caddies mejicanos cargados con esas estúpidas bolsas de palos. Hay dos o tres millones de ancianos en Arizona, vienen hasta aquí desde todos los estados de la unión atraídos por el clima y por la magnífica oferta de órganos para trasplantes y prótesis dentales al otro lado de la frontera mejicana. La mujer no está nerviosa, al fin y al cabo, follar con extraños es lo que anda haciendo todo el mundo estos días. Antes de salir la mujer me pregunta si no me importa que traiga un amigo. Al segundo aparece un árabe vestido con pantalón de peto. No sé si me apetece hacérmelo con un tipo que lleva pantalón de peto así que le digo a mi amiga que no sé si me apetece hacérmelo con un tipo con pantalón de peto y ella me dice que él sólo va a mirar. Mi amiga me dice también que el tipo le da ciento cincuenta dólares si le deja mirar cómo se jode a un blanco. El tipo trabaja en una fábrica de neumáticos en las afueras de Tucson. Sólo es uno más en la cadena, por la pinta que tiene, ciento cincuenta dólares deben de ser para él un buen montón de dinero. Un buen montón de neumáticos.

Cuando salimos al parking, detrás de la cafetería, me alegro sinceramente al darme cuenta de que ya la tengo dura. Mi amiga va delante, buscando un sitio discreto entre las camionetas aparcadas, detrás voy yo y detrás de mí viene el árabe. Los tres muy callados. Como si fuéramos a desenterrar gatos muertos. Mi amiga tiene un buen culo y unas hermosas tetas. Por mi parte he de reconocer que en momentos así, follando con extraños, siempre quisiera uno tener una polla más grande. Por la misma razón por la que al llegar a una fiesta siempre se arrepiente uno de no haber comprado un regalo mejor. Nada más llegar al fondo del parking, entre una furgoneta de helados y uno de esos monovolúmenes familiares que tanto le gustan a la gente por más que luego nadie tenga hijos con que llenarlos, allí mismo, digo, la chica se arrodilla en el suelo, me la saca y comienza a chupármela con ese entusiasmo que sólo le ponen las chicas que no son muy guapas. El árabe se asoma muy animado y como veo que se me pega mucho al culo, le mando que se ponga al otro lado. Mi amiga se apoya en el monovolumen y después de unas cuantas maniobras consigo metérsela por detrás. Por supuesto el árabe ya se ha desabrochado el peto y tiene una buena cosa negra en la mano. Mientras el tipo se la machaca, al otro lado de la verja del parking aparecen dos viejecitos con sus palos de golf y sus gorras y esos absurdos pantalones que parecen imprescindibles para empujar la pelotita hasta el agujero con eficacia. Por supuesto mi amiga piensa en dejarlo pero como el árabe le dice que si paramos ahora no hay dinero, decidimos seguir, así que sigo dándole mientras los jugadores de golf se sacan sus no demasiado despiertas pollas y empiezan a trabajarse una erección con tesón y paciencia. Al rato, los dos viejos son tres y al rato son siete. Mi amiga empieza a cabrearse y el árabe le echa la culpa al barullo de los ancianos, que al parecer no le deja concentrarse. Como ve que me voy desanimando, el árabe ofrece otros cincuenta dólares, a los que uno de los ancianos, que ya está casi a punto, añade otros veinte. Al final nos corremos. No todos, claro. Se corre el árabe y tres o cuatro viejos y un caddy mejicano. La mujer por supuesto no se corre y yo por supuesto tampoco. De los doscientos veinte dólares, me caen al final cincuenta, aunque lo cierto es que uno no hace estas cosas por dinero. El árabe se abrocha el peto. Los viejos recogen sus palos de golf y la mujer se pinta los labios ante el espejo retrovisor de la camioneta de helados. Antes de irse, el caddy mejicano me da un cigarrillo.

Me lo fumo pensando en los viejos días del virus y en cómo han cambiado las cosas.

Cuando termino el cigarrillo ya no queda nadie en el parking.

Para alguien que ni siquiera sabe conducir, un parking es un sitio muy triste.

Tokio ya no nos quiere
Ray Loriga

Un parking es un sitio muy triste, quizás tanto como la esencia de este libro.

Tokio ya no nos quiere es un texto de ciencia ficción. Además, es un libro nostálgico -¿nostálgico del futuro?-. Y, además, un libro que reivindica la memoria.

Para sacarle todo el partido hay que dejarlo reposar tras la lectura, porque por suerte es una de esas historias que se quedan aferradas a uno y que le sobrevienen en numerosas conversaciones. Vale que para todas las narraciones es necesario dejar reposo, pero quizás Tokio ya no nos quiere sea una de esas en las que es imprescindible, en las que un juicio instantáneo nos llevaría, seguro, a error.

En un primer momento, la sorpresa nos lleva a una sensación agridulce. Destaca por encima de todo la fuerza narrativa de Ray Loriga: esa imaginación de largo alcance combinada con in intento casi épico de reventar todas las barreras morales o púdicas. Y por detrás, como escondido, la historia. Y es tan fuerte el primer plano que nos olvidamos del trasfondo. Así podríamos afirmar, por ejemplo, que la brillante pluma de Loriga se ha desaprovechado en una historia insustancial -oído por ahí-.

Pero nada más lejos de la realidad.

Tras esa elaborada ambientación, tras ese mundo nuevo que se describe de forma tan desapasionada en lo formal, pero agresiva en cuanto a contenido; tras ese ecosistema se encuentra escondida una historia de evolución humana. Y de desmemoria. Y de nihilismo.