Archivo de la categoría: Philip Roth

Philip Roth – La tortura

«-¿Y cuánta crueldad es necesaria?
-¿Para hacerte ver la realidad? ¿Para que admires la realidad? ¿Para que compartas la realidad? ¿Para llevarte allí, a las fronteras de la realidad? No va a ser cosa fácil, muchacho.

El Sueco se había preparado para no enredarse en el odio que la chica sentía por él, para no sentirse ultrajado por nada de lo que le dijera. Estaba preparado para encajar la violencia verbal y, esta vez, para no reaccionar. La muchacha no carecía de inteligencia y no temía decir cualquier cosa, de eso él estaba seguro. Pero con lo que no había contado era con la lujuria, con la incitación… no había contado con que le asaltara otra cosa que la violencia verbal. A pesar de la repugnancia que le inspiraba la enfermiza blancura de su piel, el maquillaje cómicamente infantil y las baratas prendas de algodón, quien estaba recostada a medias en la cama era una mujer joven recostada a medias en una cama y el mismo Sueco, el superhombre de las certidumbres, era una de las personas con las que él no podía habérselas.

-Pobrecillo –le dijo ella en tono despectivo-. El chico rico del pequeño Rimrock, paralizado de esa manera. Follemos, p-p-p-papá. Te llevaré a ver a tu hija. Te lavaremos la polla, te subiremos la cremallera de la bragueta y te llevaré donde está-
-¿Cómo sé que lo harás?
-Espera a ver cómo salen las cosas. Lo peor es que te cepillas un coño de veintidós años. Vamos, papá. Ven a la cama, p-p-p…
-¡Basta ya! ¡Mi hija no tiene nada que ver con todo esto! ¡Mi hija no tiene nada que ver contigo! ¡No vales ni para limpiarle los zapatos a mi hija, asquerosa! Mi hija no tiene nada que ver con el atentado. ¡Y lo sabes!
-Calma, Sueco, tranquilízate, encanto. Si quieres ver a tu hija tanto como dices, cálmate, ven aquí y échale a Rita Cohen un polvo como es debido.»

Pastoral Americana (1997)
Philip Roth
Ed. deBolsillo
Págs. 184-185
Acabo de hacer trampa. He extraído un fragmento de una novela y lo he sacado de contexto –hasta aquí todo normal en mi quehacer diario-. Pero la trampa es que éste que he transcrito desentona completamente con el tono general del libro que pretendo comentar. O sea, que quien se lea sólo este fragmento pensará que Pastoral Americana trata sobre niñas que intentan follarse a mayores, y se imaginará un mundo de drogas y vida nocturna. Nada más alejado de la realidad. Pastoral Americana trata sobre un hombre ejemplar que hace todo tan bien que la vida se le rompe en pedazos.

Es largo, el libro, y consistente. Pero atrapa desde el principio. Yo me leí sus más de 500 páginas de una sentada. Hay que decir que esa sentada fue en un avión que cruzaba el atlántico, con lo que tuve tiempo suficiente para empaparme de la historia.

Lo mejor que tiene, a mi modo de ver, es la manera en que Philip Roth introduce situaciones extremas, en ocasiones hasta inverosímiles, en la pacífica y aburrida vida de El Sueco. Una de ellas es la que aparece arriba, pero no es la única.

Dicen que el arte consiste en llevar al límite las posibilidades de la realidad. Tensar las cuerdas de la moral, la costumbre, la tolerancia humana. Si por algo es una obra maestra esta Pastoral Americana es por la naturalidad con la que la cuerda se va tensando mientras el protagonista, El Sueco, busca pistas de su hija terrorista. Por cierto, la hija es tartamuda… lo que da más idea de la crueldad del fragmento.

Philip Roth – Todos diferentes

«- Dímelo, ¿por qué les parece un latazo, a los ingleses, que los judíos sean tan judíos?

– Voy a decírtelo, pero a condición de que podamos hablar, de que esto no se convierta en el enfrentamiento inútil, destructivo y doloroso que estás empeñado en provocar, diga yo lo que diga.

– ¿Por qué es un latazo que os judíos sean tan judíos?

– Vamos ver, me molesta que la gente… Es sólo una sensación, no una postura meditada. Tendré que pensármelo mejor, si te empeñas en seguir mucho más tiempo con este asunto, después de tanto chablis y tanto champán. Me molesta que la gente se aferre a una identidad sin ninguna razón especial, por mor de la propia identidad. No veo en ello nada admirable, desde ningún punto de vista. Tanto rollo con la “identidad”… Empiezas a tener “identidad” en cuanto dejas de pensar, o así lo veo yo. Los grupos étnicos, sean lo que sean, judíos, caribeños convencidos de que hay que mantener puras las esencias del Caribe, lo único que consiguen, los grupos étnicos, es hacer más difícil la vida en una sociedad donde estamos intentando coexistir en paz, en términos amistosos, como es Londres, y donde ahora tenemos una grandísima diversidad.

– Mira, por muy acertado que pueda sonar lo que dices, al menos en parte, lo que sí puedo asegurarte es que lo de vuestro “nosotros” está empezando a deprimirme. Ese nosotros de las gentes que sueñan con la perfección, sin mezcla, sin contaminación, sin olores. No me vengas a mí con el tribalismo judío. ¿Qué es esta insistencia en la homogeneidad, sino una muy sutil manifestación del tribalismo inglés? ¿Por qué ha de ser intolerable tolerar unas pocas diferencias? Os aferráis a vuestra “identidad”, “por mor de la propia identidad”… Dicho así, es exactamente lo que tu madre hace.

– Por favor, soy incapaz de hablar cuando me gritan. Ni es intolerable, ni yo he dicho nada semejante. Las diferencias me parecen perfectamente tolerables, cuando son auténticas. Me parece digna de desprecio la gente que basa en las diferencias su antisemitismo, o su rechazo de los negros, o de lo que sea. Digna de desprecio, y lo sabes muy bien. Lo único que digo es que estas diferencias no siempre se me antojan del todo auténticas.

– Y eso no te gusta.»

La Contravida
Philip Roth

La Contravida, como lo son prácticamente todas las novelas reputadas que se publican en los EEUU actualmente, cumple con muchas de las condiciones que forman la corriente realista. Y, por tanto, y esto es lo que más me interesa, se lee fácil. La pega es que este género limita mucho los cauces para la sorpresa, y el nivel de exigencia desciende.

En La contravida uno visualiza sin mucho esfuerzo las escenas como si formaran parte de una película. Todo está explicado, todo parece evidente. Incluso simple. Pero la prosa de Philip Roth tiene una facultad pasmosa para quedarse dentro y convertirse en un runrún que nos acompaña allá donde vamos. Esta carraca, por decantación, destila poco a poco ideas que dan forma a las convicciones. Y uno piensa que quizás las cosas no eran tan sencillas. Heredero de Hemingway, precisamente lo que hace Roth es utilizar estos actos cotidianos, en apariencia tan poco significativos, para desentrañar los grandes valores de la cultura contemporánea.

Pero yo he tratado de prostituirlo. O bien de contradecir mis dos primeros párrafos, y por eso he entresacado el diálogo de arriba. Porque es uno de los pocos momentos donde los detalles y las acciones explicitan parte del mensaje. María, hija de una familia inglesa bastante snob y antisemita, dice: “Empiezas a tener identidad en cuanto dejas de pensar”. El interlocutor es Nathan Zuckerman, conocido alter ego del propio Roth. Zuckerman es un judío que se toma su condición muy a pecho. Y le duele, claro.

Esta sencilla conversación representa cualquier diálogo que pueden tener dos personas de culturas diferentes, sean cuales sean de entre todas las que pueblan el mundo. Ridiculiza, además, todos los divertimentos grupales que proceden de la necesidad de pertenencia que tenemos los humanos. O somos hippies, o judíos, o sagitario, o nacionalistas, o culturetas, o de derechas, o del Barça, o de whisky con Coca Cola, o de la generación de los setenta, o fans de la Pantera Rosa, o varias cosas a la vez.

No sea que, por un casual, fuéramos a ser todos amigos.

De propina, y como estoy recolocando las viejas entradas en el nuevo blog, dejo un pequeño texto de Marjane Satrapi que creo que tiene mucho que ver con el contenido del post.