El doctor Schwóhrer se acarició el mostacho con un dedo. ¿Por qué no? ¿Qué podía importar, después de todo, que el suceso se hiciera público unas horas más tarde? Lo único que quedaba por hacer era extender la partida de defunción, y podría hacerlo por la mañana en su consulta, después de dormir unas cuantas horas. El doctor Schwóhrer movió la cabeza en señal de asentimiento y recogió sus cosas. Antes de salir, pronunció unas palabras de condolencia. Olga inclinó la cabeza. «Ha sido un honor», dijo el doctor Schwóhrer. Cogió el maletín y salió de la habitación. Y de la Historia.
Fue entonces cuando el corcho saltó de la botella. Se derramó sobre la mesa un poco de espuma de champaña. Olga volvió junto a Chejov. Se sentó en un taburete, y cogió su mano. De cuando en cuando le acariciaba la cara. «No se oían voces humanas, ni sonidos cotidianos -escribiría más tarde-. Sólo existía la belleza, la paz y la grandeza de la muerte.»»
Raymond Carver
Pero después de él, muchos siguieron su estela. Carver, Tobias Wolff, Henry Miller… muchos americanos hicieron suyo ese camino que muestra las miserias, los amores y los anhelos humanos sin una intención de juicio.
- «El artista no debe convertirse en juez de sus personajes y de lo que dicen: su única tarea consiste en ser un testigo imparcial. Si oigo a dos rusos enfrascados en una confusa conversación sobre el pesimismo, una conversación que no lleva a ninguna parte, lo único que tengo que hacer es reproducirla exactamente como la he oído. Las conclusiones debe sacarlas el jurado, esto es, los lectores. Mi única tarea consiste en tener el talento suficiente para saber distinguir un testimonio importante de otro que no lo es, para presentar a mis personajes bajo una luz apropiada y hacer que hablen con su propia voz»
- Anton Chejov
Lógico, pues, que uno de los cuentos más notables de Carver esté dedicado a la muerte del gran maestro.