Nosotros, los viajeros lisergicos, invitamos a toda la humanidad a trepar hasta estados mas elevados de conciencia. La psicologia y la psiquiatria de nuestro tiempo han demostrado su inutilidad absoluta en el logro de la realizacion humana, que no es otra cosa que el ejercicio de ser feliz. Estas ciencias han fracasado en la consecucion de tal meta, la felicidad, por cuanto han fracasado en el proyecto de urbanizacion de la mente. Las regiones inconscientes siguen trabajando, por lo general, en contra del hombre, dado que es en ellas que se almacenan los terrores primarios del individuo, sus angustias, sus traumas y frustraciones. La experiencia del acido lisergico pone a trabajar el inconsciente al servicio de la felicidad.
Nosotros, los viajeros lisergicos, creemos que la perfecta unidad del mundo, la vivacidad de sus colores y formas, la coherencia y ajuste de todos los seres en un mismo ser solo son experimentables con la ayuda del acido. Solo el acido muestra el autentico ser de las cosas. Al llamar droga alucinogena al LSD-25 se incurre en el malintencionado error de asociarlo con el delirio, el disparate y la perdida del juicio. Nosotros preferimos calificarlo como droga visionaria. Las drogas visionarias, a diferencia de otras, cuidan de nosotros y nos respetan. Han venido para expandir nuestras potencialidades, no para enterrarnos bajo ellas.
Por estos y otros motivos, nosotros, los viajeros lisergicos, creemos en un orden politico mundial basado en la experiencia individual de liberacion de la conciencia, un orden geopolitico de naturaleza lisergica, en el que los odios enquistados, las historicas rivalidades nacionales y los encontronazos directos e indirectos entre los dos bloques politicos en que se divide el orbe caeran a los pies de la droga como cosas sin importancia, como parasitos desprendidos de un tejido, ahora saneado y reluciente, al que llamaremos orgullosamente EL MUNDO. La Revolucion, pues, debe comenzar por el individuo y sus facultades psiquicas.
Nosotros, los viajeros lisergicos, rendimos servicio al socialismo real, por cuanto proponemos un orden no fundamentado en la productividad ciega a la que obliga el capital, sino en la igual disolucion de todos los individuos en lo Uno, poniendo nuestros conocimientos al servicio de la noble causa de la Ilustracion. Somos, pues, Ilustrados, en la medida en que no abogamos por un regreso a un orden prelogico o salvaje, sino a la comunion perdida de todas las facultades humanas, dispuestas al servicio del Bien comun.
Madrid, diciembre de 1970»
Mario Cuenca Sandoval
Pero la de Mario Cuenca no es una novela sobre drogas; no sólo sobre drogas, quiero decir. Tampoco trata sobre viajes, aunque los hay; ni sobre filosofía, que también; ni de idealismos, o de sueños rotos o de grandes proyectos, y mucho menos sobre boxeo. Boxeo sobre hielo trata sobre una búsqueda, la investigación de alguien que quiere reconstruir la vida de su padre, el Loco Larretxi, el boxeador que da título a la novela. El hijo del loco se embarcará en un viaje en el que se encontrará con todos los temores que empujaron al Loco, a Margot y a otros compañeros a huir hacia adelante, sin rumbo fijo. Buscaban una utopía que creían que podría restituir todos sus sueños rotos.
Aquel campeonato mundial de boxeo que el Loco Larretxi perdió en Oslo es el punto en el que comienzan todos los fracasos que ilustra esta novela. Pero este enunciado nos puede llevar a error. No esperemos una novela realista. Mario Cuenca se mueve en un terreno indeterminado entre la realidad de un pasado conocido -la reconstrucción de una época de gran interés antropológico-, el simbolismo de sus motivos -el boxeo, en sí mismo, es utilizado sólo como herramienta estética, como afirmó el propio Cuenca, y no porque se pretenda hacer una radiografía del panorama pugilístico español de la época-, la metáfora con los viajes de los más grandes exploradores -la aventura de Heyerdahl aparece relatada una y otra vez-, y una ecléctica y posmoderna base documental que hace referencia a figuras tan distantes como David Bowie, Nietzsche, Bradbury, Trotski, Céline o Le Corbusier, por citar sólo algunas pocas. Como dijo un librero de Pamplona cuando fui a comprar el libro, Boxeo sobre hielo es una novela que «tiene peso».
Pero no nos imaginemos un collage snob lleno de referencias, al estilo Nocilla Dream -libro que nunca he podido terminar-, o una alegoría imposible de comprender para los amantes de la ficción. Mario Cuenca es capaz de engancharnos y emocionarnos a través de una historia en la que engarza con precisión un gran número de elementos. Presenta una novela que en ningún momento parece una ópera prima, por la sencillez y la resolución con que plantea los dilemas.
Esta novela es una de las que cambió mi forma de leer literatura contemporánea, que me permitió ir un paso más allá de los clásicos. Como rito iniciático, para los que quieran empezar a conocer la novelística española actual, la que pretende avanzar sobre la tradición y lucha por descubrir nuevas vías en la creación literaria, Boxeo sobre hielo es una novela ideal. Para los que quieran pasar un buen rato y sumergirse en la lectura de una historia que engancha de principio a final, también.
Tuvimos la suerte de recibir a Mario Cuenca hace dos años en el taller de literatura del que he hablado más de una vez. Dentro de un par de semanas volverá a Pamplona y yo iré de nuevo a escucharle. Sé que ha vuelto a escribir, y he oído de fuentes bien informadas que su nueva novela es «buenísima» (sic).