La fiesta del chivo
Mario Vargas Llosa
Aprovecho una fiesta tan señalada, el 31 aniversario del último intento de golpe de estado en España (publiqué la entrada original en el viejo blog hace tres años, con lo que hablaba del 28 aniversario del golpe), para colar una de las novelas más apetitosas que me he leído y que tiene mucho que enseñar sobre lo que ocurre cuando gente más fuerte que culta consigue sodomizar a todo un país.
El último día del régimen del dictador Trujillo -República Dominicana- sirve de base para este monumental relato, alabado por la crítica como una de las grandes novelas del siglo. Lo que no se sabe bien es de qué siglo están hablando, ya que La fiesta del chivo apareció en el año 2000, a caballo entre la modernidad y la debacle.
Dicen los que saben de esto que La fiesta del chivo es heredera de Conversación en la catedral (1969), la obra que Vargas Llosa dijo que salvaría si sólo pudiera elegir una. En cuanto a la estructura, La fiesta del chivo comparte con aquella la gran cantidad de tramas que se entrecruzan. En favor de esta última hay que decir que el lector sabe en todo momento dónde se encuentra situado, algo que era más complicado en la de 1969. Para mí, esta característica tiene que ver con la madurez del escritor, que ha sabido encontrar el punto medio entre la accesibilidad y la buena literatura. Por contra, algunos miembros de esa elite cultural elevada inaccesible para los mortales se muestran decepcionados a causa de esta facilidad de lectura.
Si alguien no ha oído hablar del término Novela total que se atribuye al escritor peruano, aquí tiene el ejemplo más consistente para saber de qué se trata: una obra con tres líneas maestras que se entrecruzan, relato histórico, periodístico, documental, literatura pura en las ocasiones en que la historia lo requiere, momentos que se confunden con un ensayo, digresiones planteadas en boca de personajes…
Y la excusa para esta sinfonía literaria es Urania Cabral, la hija exiliada de uno de los hombres fuertes del despiadado régimen de Trujillo. A lo largo de las páginas, Cabral se convierte en un símbolo: la imagen del dolor que se puede generar cuando se supedita la condición humana a la jerarquía de un sistema político.