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Don DeLillo – Las mejores palabras del profeta

«-No os preocupéis por mí –dijo. –El hecho de que cojee un poco al andar no tiene ninguna importancia. A mis años, las personas cojeamos. La cojera es algo completamente normal cuando se alcanza cierta edad. Y olvidaos también de la tos. Toser es sano. Así mueves la porquería. La porquería no te hace daño a no ser que permanezca inmóvil en un mismo lugar durante años. Resumiendo, que la tos es buena. Lo mismo que el insomnio. El insomnio está muy bien. ¿Qué gano yo con dormir? Uno alcanza una edad en la que cada minuto de sueño es un minuto menos que tiene para hacer cosas útiles como toser o cojear. En cuanto a las mujeres, da igual. Las mujeres también están bien. Alquilas una película y disfrutas del sexo. Ayuda a impulsar la sangre al corazón. Tampoco importan los cigarrillos. Me gusta pensar que me estoy saliendo con la mía en algo. Que dejen de fumar los mormones, si quieren. Terminarían muriéndose de algo igualmente grave. El dinero no es problema. Tengo mis ingresos perfectamente organizados. Pensiones cero, ahorros cero y acciones y bonos cero. Conque no vale la pena que os preocupéis al respecto. De todo eso ya me he ocupado yo. Tampoco os inquietéis por la dentadura. Tengo unos dientes magníficos. Cuanto más sueltos están, más puedes moverlos con la lengua, y con eso la mantienes ocupada. No os preocupéis de los temblores. Todo el mundo tiembla de vez en cuando y, además, sólo me ocurre con la mano izquierda. Para disfrutar de tus propios temblores, basta con imaginarte que la mano pertenece a otra persona. Y no conviene prestar atención a súbitas e inexplicables pérdidas de peso. No tiene sentido que uno pretenda comer algo que no ve, lo que a su vez resta importancia a los ojos. Tampoco pueden empeorar más de lo que ya están. Olvidaos por completo de la mente. La mente va antes que el cuerpo, tal y como debe ser, así que no os preocupéis por ella. No le pasa nada. Preocupaos del coche. La dirección está fatal. Ha habido que revisar los frenos tres veces. Y el capó se abre de golpe cada vez que hay baches.»

Ruido de fondo (1984)
Don DeLillo

¿Asociación de ideas? Tras cuatro comentarios sobre autores con premio Nobel -pasemos página de la intervención paterna de la semana pasada-, le paso el turno al eterno aspirante. Vale, ya sé que le he comentado antes dos libros, pero es que creo que Don DeLillo debe por fin tener en sus vitrinas el premio sueco, y así se valorará no sólo lo bien que escribe, sino sus dotes proféticas. Cuando hablé de Cosmópolis, me referí al carácter visionario de este autor, que en 2003 publicaba una novela donde adelantaba una hipotética rebelión social contra los dominadores de la economía. Justo lo que hoy parece una amenaza más que probable y hace siete años, cuando lo escribía DeLillo, se veía como una total estupidez anacrónica. Como tiempos remotos que ya no volverían.

Bien, pues si por algo DeLillo tiene ganada la fama de profeta es por esta obra, Ruido de Fondo. Aquí, el autor desmenuza esas filias, fobias y temores que dominan el primer mundo, un primer mundo que somos todos nosotros. Plantea una amenaza que, el tiempo le ha dado la razón, es la madre de todas las amenazas. Un escape tóxico, un atentado terrorista a gran escala, un terremoto en cualquier ciudad occidental, inundaciones porque saltan los diques de contención en una ciudad situada por debajo del nivel del mar… todos esos desastres que pueden ocurrir, que siempre serán culpa de los humanos y sobre los que nosotros como seres individuales no tenemos ningún control, están resumidos en las páginas de Ruido de fondo. El dato que nos falta es el siguiente: el libro fue publicado en 1984, cuando aún no había sucedido ninguna de las tragedias que he comentado y que forman parte del imaginario popular.

Hoy llegan noticias de la pandemia. Esa gripe que ha sido llamada de tantas maneras nos amenaza con acabar con el ser humano, pero yo me he comprado una tele. Entonces me acuerdo de Ruido de fondo. Imaginaos meter en una turmix la más pequeña de nuestras preocupaciones y mezclarla con la mayor de las tragedias, lo mismo cada día vemos los muertos del telediario mientras nos levantamos a echar más sal a la ensalada.

Eso es Ruido de fondo. Y así describe el autor el título, en un momento cualquiera de la novela, y sin avisar: “Súbitamente fui consciente de la densa textura del entorno. Las puertas automáticas se abrían y se cerraban con un aliento abrupto. Los colores y los olores parecían más definidos. El rumor de los pies arrastrándose por el suelo emergía de entre una docena de sonidos diferentes, destacando sobre el zumbido sublitoral de los sistemas de mantenimiento, del crujido de papel de periódico producido por los clientes al consultar sus horóscopos en los diarios expuestos en la entrada, de los murmullos de las ancianas de rostro empolvado y del rítmico traqueteo de los automóviles al rodar sobre una tapa de alcantarilla demasiado holgada frente al acceso principal. Pies deslizándose. Podías oírlos con claridad, arrastrándose triste y entumecidamente por cada pasillo.”

Mejor ya paro de recomendarlo. El que quiera que lo lea, que para eso tenemos bibliotecas y librerías. Y si ya lo habéis hecho, no dejéis de comentar en el blog, que hace mucha ilusión.

Don DeLillo – Porque la crisis viene de hace mucho

«-El futuro es siempre una totalidad, una igualdad absoluta. Allí todos seremos altos, fuertes, felices -dijo ella-. Por eso fracasa el futuro. Siempre fracasa. Nunca podrá ser ese lugar cruelmente feliz en que aspiramos a convertirlo.

Alguien arrojó una papelera contra la ventanilla posterior. Kinski hurtó el cuerpo sólo un ápice, inmediatamente al oeste, pasado Broadway, los manifestantes habían erigido barricadas de neumáticos en llamas. En todo momento, en todo lugar parecía existir un plan rector, una meta. La policía lanzaba balas de goma en medio de la humareda, que ya ascendía por encima de los carteles publicitarios. Otro policía se hallaba a escasos metros, ayudando al equipo de seguridad de Eric en la protección del automóvil. No supo qué sentir a ese respecto.

-¿Cómo sabremos cuándo habrá llegado oficialmente el final de la era de la globalización?

Aguardó la respuesta.

-Cuando las limusinas extralargas comiencen a desaparecer de las calles de Manhattan.

Unos hombres orinaban contra el automóvil. Las mujeres lanzaban botellas de refrescos rellenas de arena.

-Esto es una muestra de ira controlada, diría yo. Pero me pregunto qué sucedería si supieran que el mandamás de Packer Capital se encuentra a bordo del automóvil.

Ella lo dijo con maldad, encendidos los ojos. Los ojos de los manifestantes resplandecían entre los pañuelos rojinegros con que se cubrían la cabeza y se tapaban la cara. ¿Los envidiaba? En las ventanillas blindadas a prueba de balas se pintaban grietas finas como un cabello, y tal vez pensó que le gustaría estar ahí fuera, destrozándolo todo.

-Toda esa gente trabaja para ti. Actúan de acuerdo con las condiciones contractuales que impones -dijo ella-. Si te matan, será sólo porque tú lo has permitido, con tu arrobada reticencia, como forma de subrayar una y mil veces la idea de que todos estamos a las órdenes de alguien.

-¿Qué idea es esa?

El bamboleo fue a peor. La observaba seguir los bandazos de su vaso de lado a lado, antes de dar un trago.

-La destrucción -dijo ella.

En uno de los monitores vio figuras que descendían por una superficie vertical. Le costó un momento entender que bajaban en rappel por la fachada del edificio de enfrente, donde estaban situados los visualizadores digitales del mercado de valores.

-Ya sabes lo que siempre han creído los anarquistas.

-Sí.

-Pues dímelo -dijo ella.

-El afán de destruir es un afán creador.

-Ése es también el sello distintivo del pensamiento capitalista. La destrucción forzosa. Es preciso eliminar sin contemplaciones las industrias anticuadas. Hay que reclamar a la fuerza nuevos mercados. Es necesario reexplotar los mercados anticuados. Destruyamos el pasado, construyamos el futuro.»

Cosmópolis (2003)
Don DeLillo
Ed. Seix Barral
Págs. 112-114
Cuando uno lee este fragmento en los tiempos que corren, insertos en la crisis económica más dura de la historia, con los hombres de negocios y sus secuaces siguiendo aquella conocida máxima de «coge el dinero y corre» -como mencioné en aquel iracundo post-, uno se alegra, pese a su conocido carácter pacífico, de ver que a veces hay quien también escribe reacciones violentas contra el poder establecido. Bancos ardiendo, multitudes tomando la calle, asaltos a las sedes de las principales empresas, ataques a las limusinas que inundan Manhattan… un escenario que parece cada vez menos lejos de la realidad.Pero claro, eso no pasará. Los mecanismos del sistema todavía mantienen su poder aletargador para evitar manifestaciones de ira colectiva.

Aunque, bueno, la dirección de momento parece la correcta. Algunas pistas para la reflexión.

En pleno centro de Pamplona, la rica, rancia y conservadora ciudad donde vivo, me he encontrado esa foto que pongo encima. «Abajo los bancos, arriba el sexo», dice. ¿Será obra de un graffitero que ha mostrado su desencanto sobre el sistema? Eso quiere parecer, pero a mí no me cuadra mucho. Es raro esta pintada a unos veinte metros de El Corte Inglés. Me da a mí que nos están engañando, que los intereses del autor de esa pintada son más espúreos. O sea,que es una treta comercial. Quizás como la Cocacola en su entrañable y vomitivo anuncio del viejito de 102 años. Pese a las casi seguras dobles intenciones del autor de la pintada, vamos a sacar algo positivo. Algún estudioso del marketing, en su afán por vender, se ha dado cuenta de que la gente enfoca su odio hacia un objeto determinado: los bancos. Es un dato.

Después uno mira este vídeo de youtube, donde aparecen unos activistas tirando bolas de nieve a ejecutivos de un banco británico y piensa… uy! pues algo más cerca estamos de que la gente despierte. De momento, esa manifestación se ha quedado en lo simbólico, en un inocente jugueteo que sólo quiere hacer patente el enfado de la sociedad. Cierto, pero otra vez muestra el destino de nuestra ira: el sistema financiero.

¿De ahí a que la descontrolemos -la ira, me refiero- cuánto queda? Don DeLillo publicó Cosmópolis en ¡2003!. Entonces todo iba bien en el mundo y la economía. Vivíamos como reyes -nosotros los primermundistas, todo hay que decirlo-. Y entonces ya supo dibujar una situación de clases medias venidas a menos rebelándose contra los ricos y poderosos, atacando virulentamente sus posesiones, asesinando banqueros y empresarios. ¿Cómo pudo imaginar este escenario? ¿Es DeLillo un profeta? ¿Irán las cosas tan a peor que llegaremos a ese extremo?

Don DeLillo – Hablar o callar

– ¿Por qué sigues aquí?

Lo dijo en un tono de amabilísima curiosidad.

– ¿Piensas quedarte? Porque me parece a mí que tendríamos que hablarlo -dijo ella-. Ya no me acuerdo de cómo hablar contigo. Ésta es la conversación más larga que hemos tenido.

– Lo hacías mejor que nadie. Hablar conmigo. Puede que ése fuera el problema.

– Pues lo he desaprendido. Porque aquí estoy, sentada, pensando en lo mucho que tenemos que decir.

– No tenemos tanto que decir. Antes lo decíamos todo, todo el tiempo. Sometíamos todo a examen, todas las preguntas, todos los temas.

– De acuerdo.

– Fue algo que prácticamente acabó con nosotros.

– De acuerdo. Pero ¿es posible? Ésta es mi pregunta -dijo ella-. ¿Es posible que tú y yo hayamos terminado con los conflictos? Sabes lo que quiero decir. La fricción cotidiana. Lo de no dejar pasar una sola palabra, ni el aliento, como hacíamos antes de separarnos. ¿Es posible que eso haya terminado? Ya no nos hace ninguna falta. Podemos vivir sin ello. ¿Tengo razón?

– Estamos preparados para hundirnos en nuestras pequeñas vidas -dijo él.

El hombre del salto
Don DeLillo

El hombre del salto (Falling man) es una novela basada en los sucesos del 11-S en Nueva York. Quizás la más esperada de todas, porque esperaban que el profético autor de Ruido de fondo consiguiera la gran novela sobre el atentado por excelencia. Pero parece que no ha sido así. No porque la novela no sea una gran novela, que creo que sí; sino porque realmente no trata sobre los sucesos del 11-S.

Alguno me criticará de antemano: ¡todas las presentaciones de la novela dicen que trata sobre los atentados! Y sí, es cierto que habla sobre aquel fatídico día. Pero no relata prácticamente nada de lo que allí sucedió. Y más vale, ¿no?, porque da miedo pensar que nos vayan a hablar otra vez de American Airlines, o de la Torre 1, o de Mohammed Atta. Realmente, lo que hace Don DeLillo es utilizar aquel acontecimiento como excusa para hablar sobre el tema favorito de la mayoría de novelistas americanos: Nueva York.

Por encima de todo, El hombre del salto es esto: un retrato de la Nueva York del siglo XXI, la que se levanta sobre los añicos de las torres gemelas. Una ciudad que, pese a que sigue siendo la capital del mundo occidental, ha perdido la seguridad en sí misma y esa actitud chulesca de antaño.

«Estamos preparados para hundirnos en nuestras pequeñas vidas», dice el protagonista para terminar la conversación. Y todo vuelve a ser como antes. Este libro muestra con claridad cómo, a causa del atentado, afloran en una pareja muchos traumas que habían permanecido ocultos por el fulgor del éxito. Y la pareja simboliza a la ciudad entera. Los traumas y modificaciones que la continuaron. Y cómo todo volvía a ser igual que siempre.

Porque cuando uno termina de leer la novela, le queda un regusto extraño. ¿Cómo puede ser que un acontecimiento tan impactante no modificara el destino de la sociedad? ¿Cómo puede ser que, pasado el brillo de lo inminente, todo volviera a andar como antes y la velocidad aplastara de nuevo los traumas, los fracasos, los miedos? DeLillo nos dice que, si acaso, cambian las formas, o se acelera algún cambio, o varía ligeramente el curso de los acontecimientos. Pero el destino, la meta, ese final se mantiene inmóvil. Como si la historia hubiera estado escrita de antemano.

Y por eso creo que es una gran novela.