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Mario Cuenca – De viaje por la utopía

«Manifiesto psiconauta

Nosotros, los viajeros lisergicos, invitamos a toda la humanidad a trepar hasta estados mas elevados de conciencia. La psicologia y la psiquiatria de nuestro tiempo han demostrado su inutilidad absoluta en el logro de la realizacion humana, que no es otra cosa que el ejercicio de ser feliz. Estas ciencias han fracasado en la consecucion de tal meta, la felicidad, por cuanto han fracasado en el proyecto de urbanizacion de la mente. Las regiones inconscientes siguen trabajando, por lo general, en contra del hombre, dado que es en ellas que se almacenan los terrores primarios del individuo, sus angustias, sus traumas y frustraciones. La experiencia del acido lisergico pone a trabajar el inconsciente al servicio de la felicidad.

Nosotros, los viajeros lisergicos, creemos que la perfecta unidad del mundo, la vivacidad de sus colores y formas, la coherencia y ajuste de todos los seres en un mismo ser solo son experimentables con la ayuda del acido. Solo el acido muestra el autentico ser de las cosas. Al llamar droga alucinogena al LSD-25 se incurre en el malintencionado error de asociarlo con el delirio, el disparate y la perdida del juicio. Nosotros preferimos calificarlo como droga visionaria. Las drogas visionarias, a diferencia de otras, cuidan de nosotros y nos respetan. Han venido para expandir nuestras potencialidades, no para enterrarnos bajo ellas.

Por estos y otros motivos, nosotros, los viajeros lisergicos, creemos en un orden politico mundial basado en la experiencia individual de liberacion de la conciencia, un orden geopolitico de naturaleza lisergica, en el que los odios enquistados, las historicas rivalidades nacionales y los encontronazos directos e indirectos entre los dos bloques politicos en que se divide el orbe caeran a los pies de la droga como cosas sin importancia, como parasitos desprendidos de un tejido, ahora saneado y reluciente, al que llamaremos orgullosamente EL MUNDO. La Revolucion, pues, debe comenzar por el individuo y sus facultades psiquicas.

Nosotros, los viajeros lisergicos, rendimos servicio al socialismo real, por cuanto proponemos un orden no fundamentado en la productividad ciega a la que obliga el capital, sino en la igual disolucion de todos los individuos en lo Uno, poniendo nuestros conocimientos al servicio de la noble causa de la Ilustracion. Somos, pues, Ilustrados, en la medida en que no abogamos por un regreso a un orden prelogico o salvaje, sino a la comunion perdida de todas las facultades humanas, dispuestas al servicio del Bien comun.

Madrid, diciembre de 1970»

Boxeo sobre hielo (2007)
Mario Cuenca Sandoval
Esta ida de olla sin tildes que aparece en mitad de Boxeo sobre hielo ilustra tiempos mejores. Aquellos en que, a finales de los sesenta, la juventud pretendía cambiar el mundo mediante unos ideales en que pasaban a segundo plano la responsabilidad y el trabajo, y ascendían hasta la cúspide las ambiciones estéticas o hedonistas. Como si hubieran vuelto Oscar Wilde y sus amigos, pero sin conciencia de clase: todo para todos. Quizás esta revolución que plantea el manifiesto se acerca más a los banquetes y orgías que se hacían en los últimos años del Imperio Romano. Crear un manifiesto que diera las claves de esta revolución mundial era necesario, más en la España de esos años, donde eran cuatro gatos los que tenían ideas que fueran más allá de la simple supervivencia.

Pero la de Mario Cuenca no es una novela sobre drogas; no sólo sobre drogas, quiero decir. Tampoco trata sobre viajes, aunque los hay; ni sobre filosofía, que también; ni de idealismos, o de sueños rotos o de grandes proyectos, y mucho menos sobre boxeo. Boxeo sobre hielo trata sobre una búsqueda, la investigación de alguien que quiere reconstruir la vida de su padre, el Loco Larretxi, el boxeador que da título a la novela. El hijo del loco se embarcará en un viaje en el que se encontrará con todos los temores que empujaron al Loco, a Margot y a otros compañeros a huir hacia adelante, sin rumbo fijo. Buscaban una utopía que creían que podría restituir todos sus sueños rotos.

Aquel campeonato mundial de boxeo que el Loco Larretxi perdió en Oslo es el punto en el que comienzan todos los fracasos que ilustra esta novela. Pero este enunciado nos puede llevar a error. No esperemos una novela realista. Mario Cuenca se mueve en un terreno indeterminado entre la realidad de un pasado conocido -la reconstrucción de una época de gran interés antropológico-, el simbolismo de sus motivos -el boxeo, en sí mismo, es utilizado sólo como herramienta estética, como afirmó el propio Cuenca, y no porque se pretenda hacer una radiografía del panorama pugilístico español de la época-, la metáfora con los viajes de los más grandes exploradores -la aventura de Heyerdahl aparece relatada una y otra vez-, y una ecléctica y posmoderna base documental que hace referencia a figuras tan distantes como David Bowie, Nietzsche, Bradbury, Trotski, Céline o Le Corbusier, por citar sólo algunas pocas. Como dijo un librero de Pamplona cuando fui a comprar el libro, Boxeo sobre hielo es una novela que «tiene peso».

Pero no nos imaginemos un collage snob lleno de referencias, al estilo Nocilla Dream -libro que nunca he podido terminar-, o una alegoría imposible de comprender para los amantes de la ficción. Mario Cuenca es capaz de engancharnos y emocionarnos a través de una historia en la que engarza con precisión un gran número de elementos. Presenta una novela que en ningún momento parece una ópera prima, por la sencillez y la resolución con que plantea los dilemas.

Esta novela es una de las que cambió mi forma de leer literatura contemporánea, que me permitió ir un paso más allá de los clásicos. Como rito iniciático, para los que quieran empezar a conocer la novelística española actual, la que pretende avanzar sobre la tradición y lucha por descubrir nuevas vías en la creación literaria, Boxeo sobre hielo es una novela ideal. Para los que quieran pasar un buen rato y sumergirse en la lectura de una historia que engancha de principio a final, también.

Tuvimos la suerte de recibir a Mario Cuenca hace dos años en el taller de literatura del que he hablado más de una vez. Dentro de un par de semanas volverá a Pamplona y yo iré de nuevo a escucharle. Sé que ha vuelto a escribir, y he oído de fuentes bien informadas que su nueva novela es «buenísima» (sic).

Sebastien Smirou, un extranjero

Continúo aprovechándome de los actos que se organizan en la fundación Patxi Buldain, y libando, como las abejas, la literatura que nos ofrece Roberto Valencia, el responsable de que mi cerebro encuentre motivos para no convertirse en una boñiga insolada. Qué suerte encontrar en la comarca un compromiso que consigue traer luces de reflexión como el que protagoniza esta entrada. Un apunte: para devolverme a la cruda realidad ya está mi vecino, con un debate televisivo a volumen imposible que me obliga a escribir esta entrada con tapones en los oídos. Con ellos, con los tapones digo, me siento capaz de hilar dos argumentos y evito distraerme con alguna sesuda opinión sobre el comportamiento de qué sé yo qué personajes pseudo populares, forrados de pasta por dejarse grabar y comentar en estos programas.

Bueno, a lo que me interesa. Me refiero a la charla de Sébastien Smiroubiografía en la wikipedia francesa de este poeta y psicoanalista infantil-, el autor que nos visitó el pasado día 22 y que no sólo ofreció una cuidada exposición sobre el estado de la literatura en el país vecino, sino que aportó argumentos teóricos que se convirtieron en cargas de profundidad sobre el estado de la literatura, la lengua y nuestra propia identidad. Reflexiones bien estructuradas, todas, que obligan a replantearnos no sólo nuestra labor como aprendices de escritores, sino también nuestro papel como lectores.

Voy a plantear una pregunta que me asalta casi cada vez que pongo pie en una librería: ¿por qué hay actualmente tantos libros malos en el mercado? Démonos tres minutos para pensar en razones. Se me ocurre, por ejemplo, en una primera y evidente idea, mencionar la repetición de temáticas o de líneas argumentales; o la búsqueda que muchos autores hacen del mercantilismo a través del simple entretenimiento; o también la absoluta falta de ambición investigadora o experimentadora de estos pocos autores que pueden vivir de la literatura. Son varias, las razones, y todas ellas válidas.

Pero Smirou, como haría si fuera físico o matemático, se va al origen de todo para encontrar respuestas.

El origen está en quien escribe.

Los escritores.

¿Qué es un escritor?

«Un escritor es un extranjero en su propia lengua», sentencia.

Otros tres minutos de reflexión, y desmontamos mitos. «Claro», pensaba yo, «un extranjero es aquel que está en un proceso constante de aprendizaje». Sonrisa y cierre.

Muy pobre, ¿no? mi conclusión. Aparte de muy tópica -sí, tópica, como las cremas que se aplican para suavizar los efectos del quemazo del sol pero que no nos quitan el riesgo de contraer un cáncer-. Muchos estamos constantemente en aprendizaje y no somos capaces de escribir ni esos libros malos de los que hablamos.

Volvamos, pues, a Smirou: «Un extranjero aprende y aporta cosas nuevas a la lengua». ¡Tate! ¡Ca! ¡Ostia! ¡Eso es! A imagen de los archiconocidos nombres de escritores que no escribieron su lengua materna porque la fuerza de la costumbre les impedía nuevas formas de expresión, la propuesta de Smirou se presenta como imprescindible: hay que desmontar el lenguaje, desoír la memoria y los corsés, hacerlo vivo y transgredir sus normas para ampliar su campo de acción y forzar sus posibilidades expresivas.

Hoy mismo, una buena amiga me ha descubierto una cita de otro gran poeta que engarza perfectamente con la reflexión. Se trata de nuestro gran Federico G. Lorca: «Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio». O sea, no escribamos lo que ya está escrito, intentemos aportar algo al mundo, a la lengua, a la expresión, a la denotación y connotaciones de las palabras, a su morfología. Por ahí vamos, parece, afinando las conclusiones.

«Siempre he escrito para luchar contra mi lengua materna», terminó Smirou la reflexión, y con esta frase cierro el breve esbozo de una idea que nos llevó durante decenas de minutos por nombres de la literatura, algunos grandes y otros desconocidos; y que me ayudó, de forma contundente, a poner otro escalón en mi hambre de argumentos.

Contamos con un material de base, la lengua, que debemos superar, mejorar o ridiculizar. Trabajemos, leamos, agrandemos nuestra base para poder dar un pasito más a partir de lo que muchos autores hicieron antes. Huyamos de los tópicos y las construcciones impuestas por la costumbre. La idea es ambiciosa, vale, pero partamos por lo menos de esa intención. Sólo de esta manera evitaremos caer en el «más de lo mismo» que inunda las librerías de hoy en día y que hace tan desapacible acercarse con afán descubridor a la estantería de novedades.

 

Javier Sáez de Ibarra – Literatura para entender mejor el mundo

Javier Sáez de Ibarra escribe para cambiar el mundo.

Cuando lea esto, dirá, “¡no, yo no dije eso, yo dije que NO esperaba cambiar el mundo!”. Es verdad, dijo lo contrario: “Yo no escribiría nunca para cambiar el mundo”. Pero no me lo creo y el blog es mío, así que voy a darme la razón, que es lo que se hace básicamente en la blogosfera. Creo, para ahondar en la reflexión, que Javier también es un amante de los titulares descontextualizados, y éste me ha salido redondo.

También dijo que “el mundo podría ser maravilloso, y en cambio es un lugar lleno de conflictos”. Igual se le escapó, qué sé yo, pero sigo sin creer que no escriba para cambiar las cosas. Porque si no es así, a ver, ¿cuál es el motivo que hace que le entren esas repentinas e intermitentes ganas de escribir? ¿Por qué, después, iba a dedicar tanto tiempo a reflexionar sobre lo escrito? ¿Por qué corregirlo y reconstruirlo para dejar claro el mensaje? ¿Y por qué, mucho después, compartiría dos horas de charla, más otras cuantas de cena hasta la madrugada, con un grupo de aficionados a la lectura de una pequeña ciudad de provincias?

Insisto, el autor de Mirar al agua nos dijo que no pretende cambiar el mundo. Esas fueron sus palabras. Luego transcurrieron los minutos y bajó la guardia. Al final, con una sonrisa, reconoció: “Bueno, si acaso un poquito…” Mi conclusión: sí, Javier, escribes para cambiar el mundo. Y los que te hemos leído lo agradecemos.

En su afán por no cambiar el mundo, Sáez de Ibarra cuenta historias desde ángulos donde nunca antes habíamos mirado, relatos con cargas de reflexión maduradas durante años, cuentos que no dejan indiferente, de esos que obligan a pensar en si todo lo que conocíamos, si el mundo en el que vivimos, es realmente así.

Ya lo había avisado en otro post: el pasado viernes, en la fundación Patxi Buldain de Huarte (Navarra), Javier Sáez de Ibarra visitó a los alumnos del taller estable de escritura creativa. Una breve acotación: el taller empezó a funcionar hace sólo dos años, de la mano de Roberto Valencia y la propia fundación, pero ya empieza a dar frutos -de próxima aparición en el blog- y, sobre todo, se está convirtiendo en un importante referente literario de la vida cultural de la ciudad. Falta le hacía a esta plana Pamplona.

Vuelvo a la charla del viernes, que allí se habló de muchas cosas. Mucho sobre el trabajo del escritor, lo que a la postre más interesaba a la concurrencia. Escribir, corregir, dejar en el cajón a que madure, releer, reflexionar, poner y quitar, reescribir… publicar, no publicar: «Durante un tiempo, los cuentos que yo escribía no salían a la luz, pero me ayudaban a pensar», explicó. Relató, además, manías personales que prefiero dejar en el off the record de la charla -una por otra, ¿no?-.

También citó sus referencias: Borges, y su teoría de que «la escritura nunca se termina, sólo se interrumpe»; o Kafka, o Allan Poe y su mundo siniestro; o la poesía de Lorca; o el realismo de Aldecoa. Escritores que tampoco querían cambiar el mundo.

Sobre todo, de lo que más se habló aquella maravillosa noche, fue de relatos. De cuentos y de la carga de reflexión que llevan dentro.


También hubo quejas por la falta de respeto con que la industria editorial, los lectores y los propios críticos tratan al relato. “No se juzga igual un libro de relatos que uno de poesía o una novela”, se lamentó el escritor. Juan Casamayor, el director de la editorial especializada en relatos Páginas de Espuma, acompañó a Sáez de Ibarra y aportó una apasionada defensa del cuento como género literario. Grata sorpresa, también, encontrar a un hombre de empresa cuya pasión sea el producto, por encima de su rendimiento comercial. “Estamos terminando con la falacia de que el cuento no vende”, dijo Casamayor, y espero que así sea. Por sus bolsillos y por el futuro de los que leemos para mejorar las cosas.

Todos los que compartimos charla y cena quedamos encantados y agradecidos.

Del libro, Mirar al agua, y de lo que sobre él se dijo hablaré otro día, que éste me he quedado sin espacio. Mientras tanto, os recomiendo que lo leáis y así, cuando toque, llenamos el blog de comentarios.

Hoy nos visita…

Será este viernes, en la sede del Taller de Escritura de la Fundación Patxi Buldain de Huarte (Navarra).

Javier Sáez de Ibarra acaba de sacar un libro de relatos, Mirar al agua, que es lo único que he leído de este autor vitoriano. Eso de momento, porque las expectativas que ha creado son inmejorables.

Soy muy aficionado a los relatos, los disfruto. Sobre todo me gustan aquellos que revientan mis convicciones, los que me hacen darme cuenta de que los juicios rápidos y la vehemencia no son muy sabios y me harán derrapar, como tantas veces me ocurre.

Éste es uno de esos libros, uno de los que te hacen dudar, plantear opciones, pensar de otra manera y desconfiar de las propias opiniones. Me ha parecido genial. También a los miembros del jurado del I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que lo reconocieron como ganador de forma unánime.

Relatos sobre arte, o sobre obras artísticas, o sobre arte contemporáneo, o sobre qué hacer con el arte contemporáneo, o sobre cómo crear un mito a partir de la nada y decir que es arte contemporáneo, o sobre cómo mirar el arte contemporáneo, o sobre cómo empezar a ver algo más que manchas y desorden en el arte contemporáneo. No esperéis fórmulas mágicas, ni un manual de uso. Son historias corrientes que duelen, gustan y nos sirven para aprender a mirar, a Mirar al agua.

Tengo unas ganas locas de que venga este escritor, porque desde que leí sus relatos y discutimos alguno de ellos en el taller se me ha quedado una especie de hueco en blanco en mi capacidad de interpretación, como una ligera nebulosa de dudas, que espero que él me pueda aclarar. Joder cómo pegan estos porros. Perdón, estos cuentos.

El sábado contaré qué tal fue la visita. Del libro ya hablo otro día, cuando pueda hacerlo con la profundidad, conocimiento y dedicación que sin duda se merece.

Sobre las mentiras del 11-M

Ricardo Menéndez Salmón

Foto: Iban Aguinaga
El corrector, el libro con el que Ricardo Menéndez Salmón cierra su trilogía sobre el mal, tratará sobre los atentados del 11-M en Madrid y sale a la venta el 17 de febrero. El lunes estuvo de visita en la Universidad Pública de Navarra, el autor, y desveló algunas líneas del libro que da la impresión de que van a ayudar a revivir polémicas hoy enterradas.

No espero, de todas maneras, un acercamiento histórico a la cuestión. Sería desconocer la trayectoria del autor. Espero, más bien, finas reflexiones sobre algunos aspectos de aquellos atentados que, como agujas de acupuntor, nos hagan sentir rabia, asco, miedo, odio… nos hagan sentir, a secas, habilidad que Menéndez Salmón se empeña en compartir libro tras libro.

Como adelanto, acerco unas perlas que nos soltó en la charla.

Sobre El corrector:

1.- “Trata sobre una de las formas en que se presenta el mal: la mentira.” O sea, que va a tratar sobre las mentiras de un gobierno que, con el sucio fin de aferrarse al poder, pretendió sumir al país en un pozo informativo distinto de lo que la realidad impuso finalmente. “Pretendo hablar sobre otro tipo de mal, el mal de la manipulación política”, extendió.

2.- “El corrector es una novela intimista con ciertos momentos de autobiografía”. Menéndez Salmón se ganaba la vida como corrector de textos. “De todo tipo”, explicó con cierta ironía sobre los textos que corregía. Por eso lo del título, El corrector, y de ahí el inicio de la novela: cómo él vivió aquel día imborrable en la historia del país. “Contará, en cierta manera, cómo viví yo aquellos en mi oficina”.

3.- “No pretende ser la gran novela sobre el 11-M en España, no tiene nada que ver con El hombre del salto, de Don DeLillo”, aclaró, por si algunos pensaban que Menéndez Salmón transmutaría su estilo, dejaría de lado el simbolismo y la fantasía y se convertiría en un biógrafo social.

En La ofensa habló sobre la guerra, en Derrumbe sobre el miedo y en El corrector lo hará sobre la mentira. Tres de las manifestaciones del mal, según el autor de la saga. Yo espero con ansia el tercero para ver si cumple con lo que se espera de él.

Ricardo Menéndez Salmón no tiene pelos en la lengua, le gusta meter el dedo en la llaga y hurgar hasta tocar hueso. O hasta que le devuelvan el puñetazo. De momento, cuenta con la ventaja de que la cultura literaria en España es más bien discreta, y se circunscribe a ciertos best-sellers políticamente intachables. De esta manera escribir puede hacer el mismo daño que enviar un mensaje en una botella al océano.

Pero Menéndez Salmón ya no es un desconocido, un autor novel. La próxima será su sexta novela, más dos libros de relatos y unos cuarenta premios literarios en su haber. Ahora la botella es más fácil que encuentre su destino y el mensaje llega adonde no se quiera oír. Y será polémico. Y saltarán las huestes de la mentira y la manipulación a por él.

Por lo menos eso espero, que salten, que le den toda la publicidad que merece su habilidad literaria.

Algunas otros temas de los que habló.

Literatura

– Sobre calidad en la literatura. “Pretendo escribir buenos libros”
– Ciencia ficción. “Casi todos los autores actuales escriben novelas de corte cercano al realismo”. Es muy difícil, según Menéndez Salmón escribir ahora novelas de ciencia ficción. Los avances llegan demasiado rápido a la realidad y es imposible plantearse realidades futuras, como hizo en su día Julio Verne, porque antes de terminar el libro ya están presentes en la realidad.
– Fantasía. “Como decía David Lynch, «el mundo es un lugar muy extraño». Me fascinan, por ejemplo, las cintas de transporte en los aeropuertos. También las plantas de plástico, ¿existe algo más contradictorio que una planta de plástico?”
– Temáticas: “Se ha escrito poco sobre ETA, por ejemplo -hablo de ficción-; y tenemos toneladas de papel escritas sobre la guerra civil que ocurrió hace setenta años”.
– Una pequeña lección: “La escritura es un proceso de entorpecimiento de la idea: la puedes tener muy clara en la cabeza, pero al papel siempre llega de otra manera”
– Algunos autores mencionados: Don DeLillo, Philip Roth, Julio Verne, Fernando Aramburu, Michel Houellebecq, Stendhal, Jorge Luis Borges, William Faulkner.

Filosofía actual

– “El progreso tecnológico no ha redundado en un progreso de la felicidad”
– “¿Por qué trabajamos tantas horas? Los bantú, por ejemplo, trabajan durante cuatro horas y tienen el resto para su vida personal”
– “El mundo actual es muy plástico y está en ebullición, es muy difícil contarlo teniendo en cuenta una sola historia”.

Geopolítica

– “Occidente ha creado una gran despensa de dolor en todo el mundo durante siglos, es lógico que se rebelen los aplastados.”
– “El imperio romano no cayó en un día, ocurrió de manera gradual y porque se agotó en sí mismo”, y continuó, al hilo: “Estamos viviendo un proceso de crisis en las formas de convivencia actuales”.
– “La peor idea que ha instalado occidente es que la historia había terminado, que habíamos llegado al modelo perfecto”. La democracia y el mercado, se refiere. Pero la historia no ha terminado, como demostraron aquellos locos que “irrumpieron en nuestra fortaleza a lomos de unos jinetes muy raros que destrozaron uno de los símbolos de nuestro poder”.
– “Sólo somos democráticos hacia adentro”. Aquí cierra la dicusión y volvemos al primer punto sobre geopolítica: “Occidente ha acumulado mucho dolor que al final se ha dado la vuelta”.

Su charla podría dar para una tesis, pero hay que intentar abreviar. Yo creo que no lo he conseguido.

Hoy nos visita…

Ricardo Menéndez Salmón

Por si alguien no sabe quién es, pongo enlace a su página en la wikipedia.

De momento sólo me he leído dos de sus novelas, La ofensa y Derrumbe. La segunda es la que me llevó a empezar este blog, un camino todavía en busca de amigos y sentido, pero con toda la energía por gastar.

La primera, una obra maestra en tres actos que recomiendo a todo el amigo de las letras que pesan, esas que llevan detrás conceptos atrevidos y horas de estudio.

En cuanto me reponga de su visita daré cuenta de todo lo que nos ha contado…