Archivo de la categoría: Literatura urgente

Hoy más que nunca… #guillotina

Artículo 44. Toda la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses de la economía nacional y afecta al sostenimiento de las cargas públicas, con arreglo a la Constitución y a las leyes.

La propiedad de toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación forzosa por causa de utilidad social mediante adecuada indemnización, a menos que disponga otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de las Cortes.

Con los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.

Los servicios públicos y las explotaciones que afecten al interés común pueden ser nacionalizados en los casos en que la necesidad social así lo exija.

El Estado podrá intervenir por ley la explotación y coordinación de industrias y empresas cuando así lo exigieran la racionalización de la producción y los intereses de la economía nacional.

En ningún caso se impondrá la pena de confiscación de bienes.

Tebeos de la posguerra – La educación de nuestros padres

Cuando leáis estas líneas, Hechas y Pelayos de la España victoriosa, habréis desfilado ya por las plazas y las calles de todas las ciudades y pueblos de España, enronqueciendo con el grito que en estos momentos escapa de las gargantas de todos los españoles: Franco, Franco, Franco.

La gratitud de todos los niños de España debe llegar hasta él en un alarido unánime. Gratitud, cariño, admiración y sumisión incondicional. Ha sido el enviado de Dios, el instrumento de Dios, el brazo de la justicia y el amado de la victoria.

Treinta y dos meses hace que tomó sobre sus hombros una empresa al parecer irrealizable. Otro cualquiera hubiera dudado; él no vaciló un instante. Confió en Dios, confió en la inmortalidad del pueblo español y confió en la grandeza de su genio. Y aquella empresa erizada de dificultades, imposible para cualquier otro que no fuera él, ha quedado victoriosamente rematada. A él como al emperador bíblico pudo decirle el Señor: Yo te nombré y te llamé y te establecía para abrir las puertas infranqueables, para romper los cinturones de hierro, para entrar en las grandes ciudades y para sojuzgar a los pueblos rebeldes. Y cuando en el curso de vuestro bachillerato os encontréis con aquel verso en que el poeta latino hace el elogio de uno de los grandes generales de Roma: «Con paso lento pero seguro él nos restituyó todo», pensad que este elogio tiene su realización en nuestro Caudillo glorioso, el mejor general del mundo.

Todo lo tenéis por él: la Patria, la familia, la misma fe de Jesucristo, el honor de llamaros españoles, la esperanza de un porvenir glorioso, esa boina roja que significa todo el pasado sin igual de España y esa camisa azul que significa un mañana lleno de esplendor. Y esas flechas de vuestra camisa han conquistado ya por él todo su sentido. enlazadas, como ellas en un solo haz, están ya todas las regiones de España, para trabajar en la realización del lema que tantas veces habéis repetido: Una, Grande y Libre, bajo la espada del triunfador providencial.

Es el momento de decir: ¡Gloria a Dios en las alturas y gratitud en la tierra al hombre Por Él Escogido!

Fray Justo Pérez de Urbel
Primer abad del valle de los caídos

En Palencia hay una exposición sobre tebeos de la posguerra española. Es divertida. No es que haya ninguna publicación que resulte especialmente interesante (al menos para mí, que no soy muy ducho en las artes del dibujo), pero la expo en sí tiene su intríngulis. ¿Por qué? Pues por esto mismo: porque me obliga a esforzarme en entender cómo podían resultar atractivas, en aquella época, todas esas publicaciones plagadas de tópicos y simplezas.

Hay un apartado bastante divertido sobre la censura. Nosotros (los actuales, los nacidos a partir de los sesenta) sabemos que las heroínas femeninas de los cómics siempre enseñan buena parte de su agraciada anatomía mientras pelean contra monstruos. Bien, pues nuestros padres, de niños, no lo sabían. Ni siquiera en las traducciones de comics extranjeros. Para mantener la inocencia de las generaciones que nos criaron existían esos bienpensantes dibujantes censores que aplicaban con desparpajo sus artes y cubrían con gaseosos y desenfocados tules tal exuberancia. Así, las defensoras del bien en España eran ágiles, fuertes, listas y recatadas. Como debe ser.

No tengo imagen para poner, pero prometo volver para hacerle una foto y actualizar la entrada.

Bien, os preguntaréis qué coño tiene que ver todo esto que cuento con las sabias palabras de Fray Justo Pérez de Urbel (a la sazón primer abad del valle de los caídos). Resulta que este texto, por lo visto, abría varios de los comics que se distribuyeron por la España nacional al finalizar la guerra. Y no he podido evitar fotografiarlo y luego transcribirlo. Para todos. Quizás así consigamos entender algunas de las taras de los viejillos y, mucho más allá, sepamos apreciar sus meritorias evoluciones.

Aldous Huxley – Error por defecto

Desde luego, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportación también en masa no es solamente inhumano (a nadie, hoy día, le importa demasiado este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada, en los actuales estados totalitarios, a los ministerios de propaganda, los directores de periódicos y los maestros de escuela.

Un mundo feliz (nuevo prólogo, de 1946)
Aldous Huxley

Aldous Huxley escribió Un mundo feliz en 1931, pero añadió un nuevo prólogo a la edición de 1946. He de confesar que no me causó ninguna impresión al leer la novela. Quiero decir que no tengo ningún recuerdo de dicho prólogo. Ahora lo he descubierto en otro libro mucho más actual: 13,99 euros, de Frédéric Beigbeder (Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, contamino el universo.); del que hablaré otro día.

El nuevo totalitarismo, en efecto, no se parece al antiguo. Como dijo Huxley, ahora los esclavos aman su servidumbre. Los medios de comunicación oficiales inundan el mundo de verdades que son tratadas como dogma de fe y, mientras tanto, los esclavos rezamos sus oraciones: roguemos por la propiedad privada, la salud de los mercados y nuestro nuevo smartphone. Amén.

El nuevo totalitarismo somos nosotros.

Pero Huxley quizás pensó que un totalitarismo sustituiría al anterior. Y no es así: el nuevo ha venido para sumar.

Creyó que no se usarían ya porras ni piquetes, pero no hay más que ver la represión con que se trata a los movimientos de nueva generación (Occupy Wall Street, 15-M u otros) en cuanto pasan de las asambleas a la acción (que, por cierto, no suele ser violenta). También pensó que se acabaría el hambre artificialmente provocada, y ahora millones de personas mueren de inanición, muchas en el cuerno de África, como consecuencia del aumento del precio de los alimentos básicos (incremento provocado por movimientos especulativos). E incluso pensó que los nuevos totalitarismos no encarcelarían ni deportarían en masa. No previó Guantánamo. Ni siquiera, mucho más cerca de nosotros, los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs); esos lugares oficiales, aprobados por la democrática Unión Europea, donde se retiene e incomunica a personas durante 60 días (sí, dos meses), sin juicio ni asistencia legal.

Dijo Huxley que todas estas aberraciones eran ineficaces. Pero no se dio cuenta que su ineficacia viene asociada a su conocimiento. Si no sabemos de ello, si no aparece en los medios, no existe. Por tanto, vía libre.

Más vale que yo, por fin, he conseguido un smartphone.

Iban Zaldua – Dedicado a todos los patriotas

Mientras esperaba la orden de embarque, en la cafetería del aeropuerto, le dediqué un último vistazo a los periódicos. Amenazas contra un concejal del PP. Otra protesta contra la ilegalización de Batasuna. La enésima denuncia del presidente navarro contra las pretensiones «colonizadoras» de las autoridades nacionalistas de la Comunidad Autónoma Vasca. Más datos descorazonadores sobre el uso del euskera en los análisis de la última encuesta sociolingüística. Un accidente de trabajo -mortal- en Andoain. Ibarretxe pidiendo calma en torno al plan que lleva su nombre. La Audiencia Nacional negándose, una vez más, a investigar una denuncia de torturas. Los últimos detalles que se han hecho públicos en el caso de corrupción de la Hacienda de la Diputación de Guipúzcoa. Pronto le diría adiós a todo eso, y estaba contento. Más que contento.

La patria de todos los vascos
Iban Zaldua

Fue Jorge Carrión quien, en un taller literario que impartió hace algún tiempo, me hizo una pregunta tan oportuna como dolorosa: “¿Aquí tenéis la política muy presente, no?”

Cierto, Jorge, tenemos la política muy presente. Incluso quienes como yo ansiamos quitárnosla de encima.

Pero es imposible. Unos, los que dicen defender la legalidad, nos destrozan la familia y el entorno. Con un aparato mediático imparable detienen a jóvenes inocentes y lo venden como un triunfo de su rentable lucha contra el terror. Otros, en su anacrónica guerra contra lo que denominan un estado fascista, pretenden formar otro país con otro nombre. Un estado mejor, dicen, como si existieran los estados buenos. En medio, los demás recibimos palos en 360 grados, y perdemos el tiempo buscando soluciones. Toda argumentación se pierde entre discursos huecos y viscerales donde el odio ha desplazado a la razón.

Y a veces nos vemos obligados a inventar lugares tranquilos donde se hable de cosas importantes, lugares donde se sepa quitar hierro a los problemas. Pero sólo encontramos respiro en la imaginación. Soñamos con querer huir de casa, bien lejos, largarnos a un sitio donde pensar en cosas que nos sean cercanas. Olvidar patrias, opresores y oprimidos, debates estériles sobre sentimientos diferenciadores o unificadores, y poder dedicarnos a algo que nos toque la fibra y nos mueva. Que esto de siempre ya no nos mueve.

El libro de Iban Zaldua, La patria de todos los vascos, trata sobre eso: sobre una huida de un país en que nadie valora más discurso que el suyo propio.

Pero, sobre todo, le he hecho al profesor Anderson la pregunta crucial: si hay algún vasco, o alguna casa vasca en Anchorage, porque precisamente en función de eso decidiré al fin si me marcho o no a Alaska -esto último, claro está, ni se me ha ocurrido confesárselo: se lo he soltado como de pasada, como si no tuviera mucha importancia-. También esta vez me ha contestado con rapidez: «por desgracia» no hay ninguna casa o asociación vasca en Anchorage y tampoco, que él sepa, ninguna persona de ascendencia vasca . Cuando empezó a interesarse por Euskal Herria intentó encontrar vascos por aquellos parajes, pero aparte de una pareja de Boise que, por lo visto, emigró allí en los años sesenta -y regresó a Indiana en cuanto se jubiló-, no dio con la pista de nadie más y, por consiguiente, no pudo fundar ninguna asociación vasca en Anchorage, como era su intención -lo que, añade en su mensaje, es «una verdadera pena»-. A mí, la noticia, sin embargo, me alegra muchísimo, pues ese es mi sueño: no querría cruzarme con un solo vasco durante los seis meses que voy a pasar allí. No he hecho a Anderson partícipe de mi satisfacción, faltaría más. «Sí, es una lástima», le he contestado en mi siguiente e-mail.
Gracias a todos los dioses del cielo y de la tierra, el poeta estaba equivocado, y no hay un Basques’Harbour en cada puerto del mundo: ni siquiera una estrecha Rue des Basques. No en Anchorage, por lo menos.

Conocí a Iban Zaldua en la presentación del libro 22 escarabajos en Pamplona. No sabía que existía (Zaldua, no el libro), por eso me puse a buscar su nombre por internet y encontré artículos como este con los que me identifiqué desde el primer momento. Me gustó verle cómo trataba de extraer la víscera del juicio político y avanzar por otros caminos que hagan que acabe esta locura.

Por supuesto, su posición tiene críticas: las de todos aquellos que se aferran a las tesis de uno de los bandos. Últimamente, por estos lares, parece que solo hay de estos. Zaldua se sale de esta norma, y se ha convertido en uno de esos intelectuales independientes que reciben los insultos de ambos lados. Son acusados de equidistantes por unos, o de colaboracionistas por los otros. Yo lo considero de los míos. Bueno, él supongo que es un intelectual, yo prefiero mantenerme en el lugar de los aficionados, que es menos exigente. Lo que está claro es que ambos jugamos a no dejar de pensar.

Este libro nos ofrece un relato fantástico en que todas las ilusiones de los patriotas aparecen contempladas. Las de todos los patriotas. Lo consigue pese a que son, evidentemente, sueños excluyentes con su adversario. Y el resultado es descorazonador. Con una estrategia lógica a prueba de bombas nos demuestra que nada cambiará si no dejamos de discutir por a qué país pertenecemos. Porque esos sueños que monopolizan el debate político son sueños de plástico, y lo peor de todo es que están llenos de mala leche, estupidez y fascismo.

La polla records cantó, hace ya años, una frase que decía «un patriota, un idiota». Hoy la hago mía. Con todas sus consecuencias.

PD. Esta es una de las últimas entradas que apareció en el viejo blog. Todavía no habían pasado muchas de las cosas que, en relación con el manido problema vasco, han modificado el panorama. Y ya no son dos los bandos que practican la cerrazón y el patrioterismo. Ahora son unos los que mantienen una política de desargumentación para evitar los juicios lógicos, y los otros los que han dado una muestra de madurez inesperada.

Así que dedico este comentario a todos los nacionalistas españoles. Para que se den cuenta de quiénes son.

Y espero, además, que el 22-M se pueda votar a todas las ideologías, no solo a las que cuelan por su dogma de taberna.

¿Los mismos perros con distintos collares?


Quizás sea por culpa de la gripe, que ahora estoy seguro de que lo es gracias a unos clarificadores temblores con tos que me han despertado a las 5 de la mañana y me han dejado de recuerdo fiebre y a sudar. Quizás también sea por la constatación, una vez más, de la evidencia de que en política cada perro defiende su rebaño y, a actos igualmente condenables, los raseros de medir varían. Sea por lo que sea, me ha vuelto la mala leche, y hacía tiempo que en este blog sólo hablaba de literatura.

Pongamos por caso que ocurre un acto de violencia callejera realizado por los que habitualmente cometen actos de violencia callejera -por ejemplo, destrozos en mobiliario urbano o pintadas en favor de ETA, los presos, y la independencia-. ¿Cómo son las reacciones?

– Todos los partidos con representación en el parlamento: condena unánime y rechazo, apelaciones a la policía para que detenga rápidamente a los culpables y peticiones de contundencia en la respuesta.

– Entorno Batasuna: silencio.

Algo habitual. Ahora pensamos en el mismo acto pero de otra manera. Planteémonos un atentado cometido por nostálgicos del franquismo contra, por ejemplo, un monumento que homenajea a los prisioneros republicanos que se intentaron fugar de donde el ejército fascista los tenía encerrados. Imaginemos que, además, en el mismo ataque se mancilla el monumento a los fusilados de la Guerra Civil situado en Aizoain, a pocos kilómetros de Pamplona. Todo aparece destrozado y con pintadas que incluyen mensajes claramente preconstitucionales. ¿Cómo serían las reacciones?

– Todos los partidos con representación en el parlamento: condena unánime y rechazo, apelaciones a la policía para que detenga rápidamente a los culpables.

– PP: silencio.

La pena es que estas dos hipótesis no son un ejercicio de ficción, sino que han ocurrido de verdad. La primera, en múltiples ocasiones y aireada por todos los medios de comunicación locales y nacionales. La segunda hipótesis también se viene repitiendo, aunque la información que se da sobre el tema es nula, no sea que se aireen demasiado los calzoncillos viejos. Al final, de tanto ir el cántaro a la fuente, ayer por fin pudimos leer en prensa algo de esto, que también ocurre –ver noticia-.

Hoy hablo de historia, de la de verdad

««Cuando miro hacia atrás, a aquellos años -escribe el novelista Juan Marsé (1970:31)-, sólo veo las calles oscuras y la gente en las colas del hambre, y ejércitos de altanería, paveros y matones, imponiendo su facha en las ciudades y descargando sus fusiles en las afueras, y bombardeos increíbles escuchados en una radio antigua en forma de capilla, e informes sobre campos de concentración a gas, y nazis y fascistas, y ruinas y restos humanos, y guerra fría de propaganda y castigo.» La posguerra hizo más discreto el ruido de las armas, disciplinó sus descargas obedientes, pero sobre todo agudizó violentamente los contrastes de una sociedad degradada, miserable y envilecida: en un extremo los beneficiarios inmediatos de la nueva situación, que recuperaban un ritmo de vida y un brillo forzado -se le volvería a llamar hortera-, y una extensísima y densa capa de humillados y desposeídos, masas hambrientas que intentaron reanudar la vida diaria con lo que quedaba de ellos, de sus familias y de sus pertenencias (si las habían tenido o si algo conservaban de ellas de regreso a sus lugares de origen tras la guerra).

La primera de todas las leyes fue la del silencio y con ella el terror a la delación: el silencio por las actividades de un pasado que se callaba a cambio de intentar la reanudación de la vida cotidiana y laboral, porque la declaración de buenas costumbres fue una herramienta decisiva para encontrar trabajo, o para evitar una depuración que condenaba a la marginalidad, o a buscar un aval seguro. El silencio en las ciudades tenía alguna eficacia cuando se regresaba o se llegaba a barrios o zonas urbanas nuevas -sin memoria, ni amistades ni familiares. En las zonas rurales o en poblaciones pequeñas el silencio era generalmente inútil. Todos sabían quién había sido maestro republicano, quién había asistido o resistido a la sublevación militar, quién había animado un conato de revuelta campesina durante la República, o quién coleccionaba literatura anarquista o sicalíptica, quién leía autores rusos o votó al Frente Popular, quién había aplaudido las derrotas o las victorias de cada bando durante la guerra y de qué lado había luchado cada cual. Se sabía y se callaba el lugar en que las detonaciones de madrugada significaban un nuevo fusilamiento -en las playas o en los descampados-, y cualquiera podía ser llevado a comisaría y no ser devuelto a casa.»

La España de Franco. Cultura y vida cotidiana(2001)
Jordi Gracia García y Miguel Ángel Ruiz Carnicer

Por si alguien dudaba de si se puede hacer literatura a partir de la disciplica histórica, aquí va este violento episodio de vida y miedo.

Los que leemos estamos acostumbrados a descubrir vidas que no son reales, emocionarnos como si lo fueran y extraer enseñanzas de relatos que no han ocurrido. No seré yo quien desmitifique esa manera de hacer experiencia: precisamente por eso leo ficción, para vivir vidas que no son la mía, emocionarme y, luego, saber más y ser mejor.

Y de repente encuentro este manual de historia, un estilo de libros al que siempre me acerco con cautela, aunque ya no con cara de asco. He de puntualizar que algo ha mejorado la disciplina histórica, porque antes mi acercamiento a aquellos libros siempre azules era diferente. En mi infancia, aquellos tochos llenos de fechas y nombres ilustres, aquellos tratados del desinterés, me llevaban a un estado de desidia sólo comparable al que me produce el visionado de un partido de curling. Y de repente, decía antes de esta digresión, descubro en un documento histórico a la literatura robada de su lugar original, y colocada en donde pocas veces hasta ahora había estado. Y cómo mejora todo.

Cómo mejora encontrarse con historiadores que comunican. Cómo gusta leer la historia de las personas, más allá de batallas, tratados, trampas, estructuras políticas, ascensos de poder, avances de los ejércitos y mapas de reparto de tierras. En esta historia puedo vivir yo y sentir el miedo, y entender por qué afiliados a partidos de izquierdas renunciaban a sus ideas, por qué se tragó con una tiranía que obligó a tanto sacrificio inútil. ¿Qué haría yo en una situación como aquella?

No me planteo esta cuestión cuando me hablan del avance del ejército nacional, de las últimas plazas de resistencia republicana o el traslado de la capital a Valencia. Sí me la planteo, en cambio, cuando leo que la gente moría por la noche, a traición; cuando alguien que podría haber sido yo era delatado, o delataba; o cuando ese alguien contribuía a que otros murieran o no hacía nada para evitarlo. Veo entonces que quienes se beneficiaban de todo esto no eran personas malas intrínsecamente, sino gentes como tú o como yo que salían de la más cruel de las pesadillas, con los escrúpulos ahogados en la costumbre de la muerte, obnubilados por la ambición de dar a sus hijos un futuro mejor. Gentes con vendas en los ojos que no querían ver que la miseria de los demás era culpa suya -¿no actuamos hoy del mismo modo? ¿Y si hablamos de África, por ejemplo?-.

Leo el miedo de las personas y ya la historia me sirve para vivir.

Ojo, no estoy hablando de una novela histórica con un cierto parecido con la realidad. Hablo de contar hechos probados, comprobados, sintetizados y bien planteados; hechos reales que se producen y se estudian en universidades. Hablo de un manual de historia. Este trabajo histórico obliga a un gran esfuerzo extra. Obliga al estudio de fuentes diversas y no siempre las oficiales, unas que sirven y otras que no, historias particulares que no se pueden generalizar por sí solas, que necesitan contraste y verificación. Exige un trabajo de interpretación para taimar las opiniones sesgadas y, sobre todo, los prejuicios. Y además una implicación para obtener conclusiones globales de la maraña de datos particulares. Un trabajo titánico que, cuando se hace con cariño, genera documentos como éste que emociona, y nos permite aprender de la historia. De la historia de verdad.

 

Alfonso Sastre – Hoy la democracia mola menos

«Pablo.-(Saca cigarrillos) ¿Quiere fumar?
Celia.- No, gracias. (Él enciende. Ella lo observa.) Le preguntaría quién es usted. (Él va a decir algo. Ella lo detiene con un gesto.) Pero no lo haré nunca. Es capaz de decírmelo.
Pablo.- ¿Por qué no?
Celia.-(Lo observa.) Se diría que nunca ha trabajado en nuestra organización.
Pablo.- ¿Por qué?
Celia.- Desconoce las reglas.
Pablo.-(Sonríe ingenuamente.) Eso creo.
Celia.- Cuanto menos sepamos los unos de los otros, mejor. ¿Es capaz de entenderlo?
Pablo.- Creo que sí. Pero… (Se calla)
Celia.- Dígalo.
Pablo.- Me parece horrible.
Celia.- Nadie ha dicho que no lo sea.
Pablo.-(Parece reflexionar.) Pienso que se nos niegan demasiadas cosas.
Celia.- «Casi» todo… por ahora.
Pablo.- ¿Y hasta cuándo?
Celia.- Hasta…, hasta ese día feliz. Ese día podremos mirarnos todos cara a cara.
Pablo.- Afortunadamente, creo en ese día.
Celia.- Todos creemos. O hacemos por creer.»

En la red (1959)
Alfonso Sastre

Hoy, seguramente, Alfonso Sastre ya no cree en ese feliz día. Otros hacemos por creer, pero se nos destrozan las esperanzas.

Tenía pensado desde hace tiempo escribir un post sobre En la red, la obra teatral que Alfonso Sastre consiguió representar en la España del caudillo. Me gusta porque se representó pese a que buscaba, de una forma bastante clara, la toma de conciencia del público con la realidad social de la época franquista. Para burlar la censura, Sastre que situó la acción en Argelia e hizo referencia al Front de Libération National (FLN), un grupo que actuaba en el país africano en contra de la ocupación francesa. De esta manera, Sastre habló, sin mencionarlo, del FLP (Frente de Liberación del Pueblo) que entonces actuaba en España.

En el aspecto literario, aprecio especialmente esta obra por cómo transmite esa atmósfera claustrofóbica, esa sensación que inunda a todos los personajes del texto de la misma manera que la sentía el propio autor en la época franquista. Para acrecentar la sensación, las historias que vienen del exterior sólo pueden oírse, nunca verse. Pese a haberlo logrado, la obra fue representada por el Grupo de Teatro Realista (GTR) en una sola ocasión, que además sirvió para que Franco se pusiera la medalla de la tolerancia en la opinión internacional y no para que el mensaje de Sastre llegara a calar en la sociedad.

Otras obras que escribió Sastre durante el franquismo son El cubo de la basura, en la que explica cómo formar un grupo de resistencia dentro del pueblo y en contra del régimen; o Escuadra hacia la muerte, donde cinco soldados conviven con un cabo muy tirano al que acaban matando en una clara alegoría del tiranicidio.

Pero no es momento de debate literario y sí de urgencia democrática. Por eso escribo esta entrada de forma precipitada. Hoy, el partido Iniciativa Internacionalista ha sido ilegalizado porque está encabezado por Sastre, aquel que buscó dinamitar al franquismo desde la concienciación social y el activismo de izquierdas. El autor, nacido en Madrid en 1926, ha sido considerado por la justicia española como malo, rojo y batasuno porque hace dos años se presentó en la candidatura de ANV.

Gracias a esta actuación ilegalizadora de la justicia tampoco se podrán presentar a las elecciones la peligrosa dirigente de Izquierda Castellana Doris María Benegas -hermana del conocido socialista Txiki Benegas-; ni al violentísimo Josep Garganté, sindicalista catalán; ni al despreciable Zésar Corella, de la Chunta Aragonesista; ni al poeta gallego terrorista José Luis Méndez Ferrín, que en su momento fue presentado como candidato al Premio Nobel de Literatura; ni al desestabilizador miembro de CCOO de Sevilla Juan Ignacio Orengo; ni a la temible actriz de la serie «Cuéntame» Alicia Pérez Herranz; entre otros abominables monstruos de izquierdas de todos los lugares de España, comprometidos con las corrientes de pensamiento que con tan buen criterio siempre persiguió Franco.

Suerte que están el fútbol, la misa, las putas y las artes del toreo, porque 34 años después de la caída del régimen, en esta renacida España de pandereta aún se persiguen la cultura y las voces críticas.

Felicidades, vieja

8 años de vida y 78 de memoria.

Palabras de la historia que no conocimos


Cementerio de Morette-Gliéres, 1944

No reivindicaron
más privilegio que el de morir
para que el aire fuese
más libre en las alturas
y los hombres más libres.

Ahora yacen,
con su nombre o anónimos,
al pie de Glières y ante la roca pura
que presenció su sacrificio.

Hombres
de España entre los muertos
de la Alta Saboya:
ellos lucharon por su luz visible,
su solar o sus hijos, más vosotros
sólo por la esperanza.

La nieve aún dura prodigiosamente
viva en el aire mismo
donde morir fue un puro
acto de fe o de supervivencia.

¿Quién podría decir que murieron en vano?
Al cielo roto y a la tierra vacía,
a los pueblos de España,
a Herbás, a Mula, a todas
las islas Baleares,
a Mendavia, Viñuelas,
Ambrán, La Almunia,
Terrecampe, Tembleque,
devuelvo el nombre de sus hijos:

Félix
Belloso Colmenar, Patricio
Roda, Gabriel Reynes o Gaby, Victoriano
Ursúa, Pablo Hernández,
Avelino Escudero,
Paulino Fontava, Florián Andújar,
Manuel Corps Moraleda.

Otros duermen tal vez
bajo una cruz desnuda, lejos
de su país, de su memoria, donde
todos los muertos son
un solo cuerpo ardiente:
carne nuestra, palabra,
historia nuestra que no conocimos,
sangre sonora de la libertad.

José Ángel Valente

El sendero de los españoles es una preciosa loma situada en la Alta Saboya, a 1.440 metros de altitud. Allí murieron, en plena segunda guerra mundial, 129 guerrilleros, muchos de ellos republicanos españoles. Aquí nos han hablado siempre de ellos como los maquis. Pero ahora sé que ese nombre lo recibieron de manos de los fascistas y que se trataba de un apodo despectivo en otro ejemplo de insulto que la historia convierte en halago. 10.000 soldados del ejército nazi acabaron con estos guerrilleros en la primera mitad de 1944.

Ni con una guerra perdida, ni fuera de su país, dejarían de luchar los exiliados por unas ideas. Pensaron que si vencían a Hitler, caería Franco y todos los gobiernos totalitarios. Sólo ocurrió lo primero y los que sobrevivieron lo hicieron lejos y dispersos. La España Desterrada que alguien se empeña en que no conozcamos.

Me siento interpelado por este poema de Valente. En el antepenúltimo verso, donde dice «palabra«, es como si pidiera la mía. Y la de todos los que hagamos algo por evitar que se olviden estas vidas. Para evitar que sigan ganando los de siempre.

Literatura urgente

Dicen que la palabra es un arma poderosa.Hay veces que es necesario defenderse con ella, pues.

Guendulain, Navarra. Municipio prácticamente inexistente con la única particularidad de que tiene una iglesia y un palacio abandonados. Además, está al lado de Pamplona.

En el año 2005, 42 empresas promotoras crean un lobby que plantea construir 19.000 viviendas en terreno rústico. No sólo prospera la idea, sino que son las propias empresas quienes dictan las reglas del juego y comienzan la planificación de una nueva ciudad con espacio suficiente para meter a una cuarta parte de la población actual de Pamplona. Los políticos ponen el culo y el terreno se vuelve urbanizable. Ni siquiera el hecho de que la autopista recién inaugurada Pamplona-Logroño pase por medio del proyecto es un problema. Con dinero público, se cambia de sitio el tramo que molesta, y solucionado. Se pone en marcha Desarrollo Sostenible -el nombre le viene al pelo-, otro gran pelotazo en época de bonanza.

2008, en plena caída libre, todavía hay quien sigue defendiendo el proyecto. Incluso, lo venden como una operación superútil en la que el gobierno poco menos que va a timar a las constructoras. Qué pobres.

Año 2009, la crisis ya dura unos meses y los que construyen -construían- ven que no se van a vender 19.000 pisos allí. Urge solución y PSN y UPN la ponen en bandeja: os recompramos los terrenos a precio de 2005 (90 millones de euros).

Una actualización de última hora -cortesía de Davinho-: las promotoras, en un alarde de generosidad y buen rollo, proponen al ejecutivo la recompra de todos los terrenos y acciones de Desarrollo Sostenible al inigualable precio de 200 millones de euros. Así sólo obtienen beneficios de un 100% y se olvidan de los disgustos que han tenido que sufrir los pobrecicos.

Son años oyendo que ellos ganan mucho dinero, sí, pero es porque arriesgan todo. Ellos son los que tiran del carro de la economía, los que hacen las grandes inversiones, los que consiguen que el país funcione y todos vivamos mejor. Es la única recompensa que tienen al hecho tan altruista de poner en riesgo todo su patrimonio… por eso tenemos que entender los pobres proletarios que ellos se lleven la mayor parte de nuestro dinero.

¿Y ahora qué?

Ahora que su castillo de naipes se desmorona por todas las esquinas, ahora que se hace cierto lo que nos decían de que ellos asumían los riesgos, nos vuelven a pedir nuestro dinero porque si no lo pierden todo. ¿Dónde está el riesgo, entonces, sobre el que los pobres proletarios comprendimos y justificamos sus aberrantes ganancias? Esta situación demuestra que el riesgo que ellos corrían era CERO, riesgo cero. Y con riesgo cero no se entiende, en base a sus propias teorías, que se hayan estado forrando impunemente durante más de diez años. Y qué bien se disfrazaban de democracia y utilidad. Como ahora, qué bien ponen ahora cara de corderitos, y dicen que si no se les ayuda tendrán que echar a los pobres empleados. Esos empleados que de todas maneras VAN A ACABAR EN LA CALLE porque ya no les hacen falta si no se construyen más edificios.

Ya no cuela.


Señores:

Muchos hemos llegado no sólo a entender, sino también defender vuestras mentiras. Hemos vivido en ellas. Hemos llegado a creernos, no sin dudas, esa entelequia del libre mercado y su labor socializadora de la riqueza. Incluso llegamos a creer que empresas y bancos eran las garantes de nuestro sistema de vida insolidario. Nos hemos subido en el carro de buscar nuestra riqueza de la manera en que ustedes decían, labrándonos una carrera profesional -asco de eufemismo-, de endeudarnos hasta las cejas porque era LO QUE HABÍA QUE HACER.

Y ahora, en la demostración de que todo lo que decíais es mentira, yo ya no me creo nada más que venga de vuestras bocas.

Ya no cuento con vosotros.

Que os den por el culo.


Romance anónimo del bando Republicano. 1936.

Quiero un pueblo con labranza,
con industria, con caminos,
por donde anden sus vecinos
con holgura y sin holganza.

Pueblo, en fin, con las ventajas
de las prácticas modernas,
con más granjas que tabernas,
con más virtudes que alhajas.

Sin viles pasiones bajas,
sin resabios ni secuelas,
con más libros que barajas,
más aperos que vihuelas,
con poquísimas navajas
y muchísimas escuelas.

Romances populares y anónimos de la guerra de España
Ed. Calambur
Maryse Bertrand de Muñoz

Hay una iniciativa en Navarra, no sé bien de dónde ha partido, que recoge firmas -pinchad aquí, en el link con falta de ortografía- para evitar que se recompren, con dinero público, los terrenos que estos especuladores pretendían convertir en oro.

Espero que pronto estemos todos en la calle para evitar este atraco.