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Soseki – No todo es de seda, ni mentira, en el lejano oriente

«-Creo que no conoces aún el placer de la pesca. Yo te enseñaré- me dijo con tono de suficiencia. ¡Como si yo se lo hubiera pedido! En primer lugar, siempre he pensado que los pescadores y los cazadores son personas crueles. Si no lo fueran, no se divertirían quitándoles la vida a los animales. No cabe duda que un pez o un pájaro preferirían seguir vivos a morir. Un caso diferente sería si se pescara para ganarse la vida pero, si no lo haces por necesidad y la única razón para ello es no irte a la cama sin haberte divertido, en ese caso no encuentro justificación a quitar la vida a otro ser.»

Botchan (1906)
Natsume Sōseki

Este blog tiene una deuda con la literatura japonesa. Al pecado de sólo mencionarla una vez se une el hecho de que fuera en aquel comentario sobre Haruki MurakamiEl bluff de Tokio Blues-. Recibió el palo que sigo considerando que se merece la novela, pero desde entonces se me ha quedado como una sensación de que debo un resarcimiento a las letras de este país. De entrada, diré que Japón me fascina –no he ido nunca, pero este año ha sido mi viaje frustrado y espero poder ir pronto- y, pese a que no he leído suficiente, en su literatura hay varios libros que me gustan mucho.

Uno de ellos es este Botchan, de Natsume Sōseki, un autor conocido en España por llamarse igual que el gato de Sánchez Dragó y, para los coleccionistas de monedas, porque es la cara que aparece impresa en los billetes de 1.000 yenes. En su país, por contra, es muy conocido, y otra de sus novelas, Kokoro, es lectura obligada para los estudiantes de secundaria.

Botchan es un personaje con dificultades sociales y una mentalidad un tanto infantil. Me recuerda un poco a El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger –esto es poco original, lo pone en la contraportada-; y también en cierta manera, por su torpeza para enfocar las situaciones, a Ignatius Reilly, el gordo protagonista de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Este personaje de personalidad errática llega un día a dar clase a la isla de Shikoku, lugar alejado de la civilización y de costumbres extrañas. Allí se produce el inicio de la trama, cuando la mentalidad capitalina de nuestro Botchan choca con la brutalidad del mundo rural. El propio Sōseki estuvo dos años en aquella isla dando clase, con lo que podemos deducir que el torpe protagonista es un cómico e irónico alter ego del autor.

Se trata de un libro sencillo de leer y que, escrito en 1906, acaba con el mito de que la literatura japonesa hay que entenderla desde una perspectiva diferente de la nuestra. Una de sus características es, efectivamente, la delicadeza -como dicen de forma tan mística como atrevida sobre Murakami-, pero no está exento de contundencia cuando se emiten pensamientos. El párrafo que aparece arriba es una de las reflexiones que el protagonista hace durante el libro. Aquí transcribo otra:

 

«(…) cuando aceptas una invitación, bien sea de un sorbete, de una taza de té o de lo que sea, lo que haces en realidad es decirle a la otra persona que le tienes respeto y que la aprecias. La gratitud que sientes en el corazón cuando aceptas una invitación, gratitud fácilmente evitable si pagas tú mismo tu parte, es una forma de devolver esa invitación con algo que va más allá del dinero, o de lo que el dinero puede comprar. Quien acepta la invitación puede ser un don nadie, pero eso da igual. Basta con que sea un ser humano libre e independiente. El hecho de que ese hombre independiente te encuentre digno de respeto y aprecio es más valioso que un millón de yenes.»


¿Son tan diferentes las formas de pensar o de escribir de Japón y occidente? Vale, estoy pisando otro charco porque está claro que sí. De la misma manera que es diferente la literatura española de la anglosajona o la iberoamericana de la centroeuropea. Además, para los que se postulen en contra de mi tesis de que no es tanta la distancia, ahí va otro argumento: Sōseki vivió cuatro años en Londres y puede tener una clara influencia europea. Cierto. De todas formas, aun siendo así, si no se tratara de un autor que escribiera desde la óptica nipona no estaría tan utilizado en la enseñanza, digo yo. Y por otro lado, ¿es que Murakami no ha salido de Japón? ¿El título de su Tokio Blues no es, para el resto del mundo, Norwegian Wood? Ya paro, que esto parece más una entrada sobre el japonés pop que sobre Sōseki.

El año pasado, 102 después de que fuera escrita, la editorial Impedimenta rescató Botchan para los que leemos en castellano. A la maravillosa edición formal que esta editorial hace de todos sus libros se une el acierto en la elección de los mismos. Es una auténtica garantía. De hecho, el otro día intenté comprar un libro en Salou, en una librería comercial. Éste fue el elegido. Lo hice sin tener muchas referencias, pues conocía sólo de oídas al autor, pero era el único libro que encontré de una editorial de confianza. De nuevo acertamos, así que agradezco a los cerebros de Impedimenta el cariño que ponen a su trabajo, y que unos cuantos disfrutamos y sabemos apreciar.