Mi propósito no es hechizarte con sutiles observaciones psicológicas. No ambiciono arrancarte aplausos con mi sutileza y mi sentido del humor. Hay autores que ponen su talento al servicio de la delicada descripción de distintos estados de ánimo, rasgos de carácter, etc. Que no me cuenten entre ellos. Toda esa acumulación de detalles realistas, que supuestamente esboza personajes netamente diferenciados, siempre me ha parecido, perdón por decirlo, una pura chorrada. Daniel, que es amigo de Herve pero que siente algunas reticencias respecto a Gerard. El fantasma de Paul, que se encarna en Virginia, el viaje a Venecia de mi prima…, así nos podríamos pasar horas. Lo mismo podríamos observar a los cangrejos que se pisotean dentro de un tarro (para eso basta con ir a una marisquería). Por otra parte, frecuento poco a los seres humanos.
Al contrario, para alcanzar el objetivo que me propongo, mucho más filosófico, tengo que podar. Simplificar. Destruir, uno por uno, multitud de detalles. Además, me ayudará el simple juego del movimiento histórico. El mundo se uniformiza ante nuestros ojos; los medios de comunicación progresan; el interior de los apartamentos se enriquece con nuevos equipamientos.Las relaciones humanas se vuelven progresivamente imposibles, lo cual reduce otro tanto la cantidad de anécdotas de las que se compone una vida. Y poco a poco aparece el rostro de la muerte, en todo su esplendor. Se anuncia el tercer milenio.
Ampliación del campo de batalla
Michel Houellebecq
Alguna vez me han dicho que escribo de forma parecida a Michel Houellebecq. Creo que no es cierto, pero me hace mucha ilusión. Por varios motivos. De entrada, siempre me hace seguidor de su particular forma de ver la vida; y además no conoce el concepto de lo políticamente correcto, lo que lo hace más interesante. Pero no, no escribo tan bien. Me queda el consuelo de que yo parezco más majo.
Es curioso que mis dos primeras entradas literarias del renacido blog versen sobre Houellebecq, un autor que tiene entre sus principios una indisimulada ansia de destrucción. Casualmente la misma que tienen aquellos blogueros a los que critiqué en mi primer post. Es, pues, uno de mis retos saber por qué Houellebecq me parece un crack, y los blogueros malditos unos farsantes con ínfulas.
Una de las sensaciones más satisfactorias es leer esas cargas de profundidad que lanza contra la estructura de la sociedad actual. Cómo carga contra el consumismo, contra la búsqueda del éxito personal a través del reconocimiento social. Nosotros que leemos, que no tenemos grandes necesidades, seres evolucionados que hemos sabido salir del sistema que denunciamos, deberíamos leer a Houellebecq. Porque nos enseña que no es verdad que hayamos salido, que aún tenemos que intentarlo mucho. No son solo los ricos, los poseedores del capital, o los malvados empresarios los causantes de los males del mundo. Somos nosotros quienes fomentamos esta sociedad. Tú y yo, esos miserables.
Leer Ampliación del campo de batalla es reconocer que formas parte de la burguesía malvada contra la que luchas, que todos tus actos están encaminados a medrar en la sociedad del consumismo.
¿Que no? A mí me gusta cómo me queda esa camiseta y tomarme dos cervezas de vez en cuando, pero no lo asocio con ninguna forma de competencia empresarial, o con ningún gen intrínsecamente malo que me configure. Tampoco creo que colabore a hundir el mundo mi afición por escribir un blog o comprar un día comida más apetitosa.
Pero Houellebecq demuestra que sí, que yo también soy digno de vergüenza. Con esa facilidad que tiene para hacer un totum revolutum con la vida y las ideas, con esa sencillez para contar las cosas de otra manera; consigue que me arrepienta de casi todas mis acciones cotidianas. Consigue ampliar el campo de batalla desde el mundo empresarial donde yo lo tenía confinado, hasta colocarme en la línea del frente.
Y tras sentirme interpelado y querer refutar sus ideas me doy cuenta de que no es posible. De que me ha convertido tan crítico como antes, pero mucho más autocrítico. Que sabemos que no es lo mismo. Después de leerlo sé que volveré a caer en todas las cosas que hago mal, que volveré a pelear en esos campos de batalla que yo creía ajenos. Pero ahora por lo menos lo haré sabiendo quién soy y lo que estoy haciendo. Y podré perder, entonces, sin creer que me he dejado una parte de mi vida en esa lucha.
Y eso es bueno.
Ampliación del campo de batalla es una lectura apta para quien quiera remover los pilares sobre los que cree que vive. También sé de otros que nunca se lo leerían. Pero se lo voy a recomendar, por si acaso. No se lo pierdan:
– Discutidores de barra de bar
– Blogueros incendiarios
– Escritores noveles que pretendan glosar los grandes sentimientos
– Los amantes de lo políticamente correcto
Creo que, después de escribir esta entrada, acabo de entender por qué Houellebecq me gusta y los blogueros incendiarios me ponen nervioso.
El jueves subiré una de las entradas de mi viejo blog. Hablaba de La posibilidad de una isla, el último libro de Houellebecq editado en español, de 2005. Hoy hablo del primero que escribió, Ampliación del campo de batalla, otro monstruo narrativo y destructor de conciencias acomodadas. Con el tiempo me gustará comentar aquí Plataforma o Las partículas elementales, pero hay que dejarlos reposar y que me peguen todo el golpe que me merezco. Empiezo, pues.