J. R. Jiménez – No es un libro para niños

«XLIV – La arrulladora

La chiquilla del carbonero, bonita y sucia cual una moneda, bruñidos los negros ojos y reventando sangre los labios prietos entre la tizne, está a la puerta de choza, sentada en una teja, durmiendo al hermanito.

Vibra la hora de mayo, ardiente y clara como un sol por dentro. En la paz brillante, se oye el hervor de la olla que cuece en el campo, la brama de la dehesa de los Caballos, la alegría del viento de mar en la maraña de los eucaliptos.

Sentida y dulce, la carbonera canta:

Mi niiño se va a dormirrr
en graaaaasia de la Pajtoraaaa…

Pausa. El viento en las copas…

… y pooooor dormirse mi niñooooo,
se duerme la arrulladoraaaaaa…

El viento…. Platero, que anda, manso, entre los pinos quemados, se llega, poco a poco… Luego se echa en la tierra fosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.»

Platero y yo (1917)
Juan Ramón Jiménez

Conseguid un ejemplar de bolsillo de Platero y yo, metedlo en el bolsillo, y abridlo cada vez que tengáis que esperar a alguien. Leed cualquier capítulo -que no sea ninguno de los siete últimos- y saboreadlo. Cuando llegue la persona a la que esperabais, es probable que os sorprenda con un hilillo de baba colgando por el mentón, una sonrisa bobalicona y la mirada perdida hacia algún árbol en la lejanía.

Juan Ramón Jiménez habla a su borrico. Se puede oír su voz, en susurros. Suave, describe los paisajes andaluces, los paseos, los amaneceres y las puestas de sol, las chicas, los niños y las viejas, los ríos y las fuentes, el cielo y las tormentas. Y de repente, el lector deja de estar en medio del tráfico de la ciudad, o montado en un autobús atestado de gente.

Todo el mundo ha leído Platero y yo. Suelo preguntarlo a mis conocidos, ¿has leído Platero y yo? «Sí, de pequeño», contestan todos, huidizos. Poca cabeza para tanto libro, pienso entonces.

El mismo autor nos explica, en el «Prologuillo» que escribió para la primera edición: «Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre.»

Yo también lo leí de niño, mal e inocente. Ha sido de mayor cuando he podido sorprenderme y apreciar la dulzura, el cariño, y la lírica de uno de los grandes. Si todavía no lo habéis redescubierto, no os lo perdáis.

5 Respuestas a “J. R. Jiménez – No es un libro para niños

  1. En el fondo, como ocurre con El principito, que me indigné cuando me lo mandaron leer (mal) con 12 años (peor), porque no me gustó nada y no lo comprendí. Luego lo volví a leer con 19 y cómo cambió la cosa

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  2. …yo solo recuerdo el tremendo dolor y pena q sentí de pequeña leyendo esto…como también «mi planta de naranja lima», no es apropiado que esto sea la lectura recomendada para una infancia de crecer con alegría y energía…pero también creo que cada uno vive y le toca la infancia y las vivencias en ella que le corresponden…la cuestión es como la interpretamos de adultos…GRACIAS POR ESA BELLA FOTO DEL ENCABEZADO!!!hay algún lugar adonde pueda conseguirla para subirla a un post de mi blog?Un saludoMARINÍ ACUÑAhttp://marini-cieloytierra.blogspot.com/

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  3. Para serte sincera ni de grande ni de niña lo leí, pero aunque no lo creas, hace unas semanas en la biblioteca lo pedí prestado. Si algún día me ves con las babas por fuera, no es porque he visto a Antonio Banderas, es porque me habré estado leyendo, «Platero y Yo»…

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  4. ¿Te creerías si te cuento qwue no lo he leído? además no lo pienso leer, lo trabajamos en clase en numerosas ocasiones cuando era pequeña y cuando supe que el burrito moría siempre lloraba. Mi amor por los animales es tan grande que no puedo ni siquiera leer la muerte de uno de ellos y mucho menos en este caso en que se le trata como a un animal tierno, peludo y suave…

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  5. Recuerdo que de pequeña leí también "Mi planta de naranja lima" (se llamaba Minguito, ¿verdad?), no tendría más de 10 años cuando cogí aquel libro. Y no me pareció complicado ni oscuro. También es cierto que lo leí, como casi siempre por aquellos años, porque me gustaba explorar irreverentemente por la desastrada biblioteca de mi pueblo, sin ningún sentido de la fidelidad ni del compromiso.Creo recordar que El Principito y Platero y yo tampoco los leí por obligación, al menos la primera vez. Andaban por ahí, por la sección infantil, más bien cerca -creo- de los tostones de Juan Salvador Gaviota que siempre me aburrieron. Desde niña he considerado El Principito un libro cursi con poco fondo, pero al menos era lo suficientemente inverosímil como para proponer imágenes sugerentes. Algo parecido me ocurría con Juan Salvador Gaviota, aunque tengo que reconocer que El Principito al menos estaba bien escrito y tenía algunas imágenes muy poderosas.En cambio y, al contrario de lo que ocurre con la onírica novela de Saint-Exupéry, muchas personas han creído ver cierta voluntad de íntima verdad en Platero y yo y eso me hizo detestarlo aún más. Fue una obra decepcionante para alguien que, como yo, vivía en un pueblo, convivía con burros (de 4 patas y de 2) y sólo soñaba con salir de una vez de allí para vivir en algún lugar donde leer o pensar no se consideraran excentricidades. Llevo ya diez años viviendo en Madrid y sigo sin comprender cómo muchos adultos son capaces de sentir algún tipo de fascinación por esa España rural fea (no todo son pueblos de postal), excluyente y desconfiada en la que a mí me tocó crecer en los años ochenta.Platero y yo me parece la obra de un esteta urbanita que no comprendía la vida en el campo ni jamás tuvo la voluntad de hacerlo. La tendencia de Jiménez a aislarse de la realidad es patente en otras obras y, al menos para mí, es el signo de excelencia en un esteta que quiera llamarse puro. Pero ese mismo alejarse del "mundanal ruido" para construirse un universo propio me parece deshonesto en Platero y yo, donde la vida rural se pinta con trazos tan vívidos que para alguien ajeno podría convertirse en una realidad a la que aspirar.Durante mi infancia, jamás pude ver un burro que llevara una vida tan regalada como Platero: los burros de mi niñez eran vejados y maltratados por sus dueños, que eran perfectamente capaces de matarlos de un tiro si enfermaban de alguna cosa cara de tratar. Esos burros tenían un eterno aire tristón que me apenaba, a pesar de que por entonces pocos quedaban ya: tan sólo algún que otro campesino jubilado utilizaba su burro para cargar alforjas a algún punto donde no llegaba el tractor.Creo que no es casual que en los colegios franquistas se obligara a los niños a leer un libro donde se elogia la ignorancia con tanto entusiasmo como en este. Aprovecharon la candidez de J.R.J. y sus ingenuas ideas sobre la vida en el campo para introducir en los niños la idea de que es mucho más bonito ser ignorante.

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